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112 ASI ES LA GUAJIRA Cuando un indígena enferma de gravedad se esparce la noticia por doquier; y desde .ese entonoes todos. sus parientes empiezan· a prepararse para cooperar en el velorio, si es que se muere el sujeto. Al morir, se envía inmediatamente la· noticia a todos los ranchos cercanos, y a los familiares más distantes, divul– gándose la noticia velozmente. Los indígenas del contorno, los amigos del di– funto, y a todo aquel a quien le provoca ir al velorio, enrumban hacia el rancho en donde se está velando el cadáver. Entre tanto, uno de los allegados del fa– llecido hace de cabeza y comienza a recoger todo el ganado vacuno y lanar que el difunto tenía, y lo acorrala. Para este acto fúnebre no se escatima nada, antes bien, mientras más animales reuna, mejor; y si el difunto era pobre, sus pa– rientes se ingenian como puedan para obsequiar a los asistentes al velorio. Hay regiones en donde esta costumbre de veloriar o dar el pésame a los familiares del difunto ha sufrido modificación. Así, por ejemplo, de los lados de Marañamana sólo asisten al velorio los invitados para este acto, por los deudos del difunto. Entretanto, se van colgando en la enramada del rancho y en otros sitios a propósito, chinchorros y hamacas para los que concurran al acto; se traen grandes tinajas de ron, de ínmemur, y mientras tanto se degüellan varios car– neros y se hacen las tajadas. de carne, que serán distribuídas entre los circuns– tantes, si bien los parientes del difunto no pueden comer de esta carne, porque así es la costumbre. Los familiares cogen el cuerpo del difunto y lo lavan bien; lo envuelven en una tela llamada shehí, y lo meten luego en un ataúd, que es un trozo gran– de de madera liviana, en el que se ha hecho exprofeso una cavidad, quedando en ese bloque de madera una figura como la de una caja mortuoria rústica; en ocasiónes el cajón lo elabora un carpintero, al modo como lo estilan los civili– zados; y en otras dejan el cuerpo en su hamaca enrollado· y atado, Después lo colocan en el medio del cuarto o rancho donde van a velarlo, que por lo gene– ral es el mismo donde murió. Uno por uno todos ·los de la familia, empezanrlo por el más caracterizado, se van acercando al ataúd con su cabeza y cara tapa– das con un pañuelo grande; y allí, frente al cadáxer prorrumpen en una excla– mación o quejido largo y triste, que repiten y repiten con cie~o ritmo lastimero, que en los no familiares del difunto no es más que un simulacro de lloriqueo estudiado, y en ocasiones hasta ridículo, como el de las plañideras bíblicas. Igualmente proceden los extraños, echando su llorada, tapada la cara tal cual describimos antes, y se van retirando después de saludar a los familiares del difunto, en muy cortas frases. Si el difunto era de familia pobre, el cadáver . se lleva al cementerio al día de muerto; si era rico, se lo está velando días y más días, según su prestigio y riqueza; hay velorios que duran ocho días se– guidos; para lo cual recubren el cadáver con muchas mantas y pedazos de tela para evitar malos olores. Supuesto, pues, que las exequias duran varios días, durante todo el primero se está bebiendo y comiendo. Llegan y llegan las caravanas de veloriantes, y todos se acercan al cadá– ver a iiorar o simularlo; es de rúbrica, para: poder recibir su gratificación, el llorar; quien no lo hace, tio recibe la gratificación ritual. El que quiere, perma– nece allí todos los días del velorio, seguro de que no le faltarán ni el ron ni la comida. Un comisionado está •de antemano a la puerta del corral, y cuando ve

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