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teayer, no puede aguantar más y emprende la marcha, después de obligar a Rafa a que le acompañe. El pobre chaval se despide con la mirada ... Me acuerdo de Tarzán ... Nos duele verlos alejarse solos; pero comprendemos que los nervios le han jugado una mala partida a Antonio y la opinión unánime es de permanecer un rato más donde nos hallamos. Se nos acerca un guardia civil y entablamos conversación; nos ad– vierte de la inutilidad de acudir al Burgo de las Naciones, como pensá– bamos, porque está abarrotado de peregrinos y turistas que han acudi– do a la fiesta; quizá podamos alojarnos en la Ciudad de Lona. Nos sumi– nistra una serie de detalles acerca del funcionamiento de dicha Ciudad y de la amabilidad con que han sido acogidos otros caminantes: «Si hay un hueco para ustedes, no se lo regatearán.» En hoteles y pensiones no hay una plaza disponible ni con recomen– dación. Cogemos nuestras mochilas, cuyo peso hoy no sentimos , y con el co– razón henchido y los ojos muy abiertos, nos adentramos jubilosos en la Ciudad Deseada. Avenida de Juan XXIII... , calle de San Francisco ..., ¡plaza del Obra– doiro! Sin detenernos apenas, subimos la escalinata de la basílica; temblan– do de emoción palpamos con nuestra diestra la impronta que dejaron en la piedra las manos de millones de peregrinos, al tiempo que besamos con respeto y unción la cabeza del Apóstol tallada en el Pórtico de la Gloria; nos ponemos luego en la fila, una larguísima fila , para poder dar el abrazo tradicional a la imagen de Santiago que preside la catedral. José Mari y yo aprestamos en la mano los rojos pañuelos sanfermineros para anudarlos al cuello de Santiago, como sencillo homenaje de los mozos navarros y en cumplimiento de la palabra que empeñé en Burgos al despedirnos de Xavier Zubiaur. En el último instante desistimos de nuestro propósito no por temor a que el Santo se ofenda (bien conoce él nuestra sana intención), sino por consideración al innumerable público que puede no interpretar bien nuestro gesto y considerarlo como desaca– to o irreverencia. La conmoción que embarga al alma durante esos segundos del abra– zo hondo y sincero al Santo Patrón es para sentirla, no se puede describir. Lo mismo que la oración ferviente y agradecida, de hinojos en la cripta, ante la tumba que encierra los restos de nuestro Padre en la fe ... Acompañamos a José Mari al palacio arzobispal. En Estella le en– tregaron, junto con la investidura de peregrino, una tarjeta en la que 82
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