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nuestros pies. El antojo de Alfredo nos ha despertado un apetito feroz. (Prepárate, amigo, como no encontremos qué comer ... ) Preguntando, pre– guntando, damos con una casa en que sirven comidas. ¡Menos mal! La mujer se nos muestra recelosa (¿estará escarmentada de otras ocasiones?) y nos habla del abandono en que se hallan estos pueblos, de la dureza de la vida campesina, de los hombres que emigran a Suiza... (41) ; al fin, se decide a franquearnos la puerta de la cocina: es una estancia grandísima con el hogar en el centro. Nos sentamos en unos bancos largos y la dueña de la casa nos pre– para el almuerzo con una celeridad y ligereza impropias de su edad: los huevos pasan rápidamente de la huevera a la sartén de aceite hirviendo, de la sartén a los platos y de los platos a la boca. Nos saben a bocado de cardenal; el pan, en cambio, tiene un sabor muy raro y nos preguntamos si será de centeno («Tiene siete días; no, ocho; porque amaso cada nueve y me toca amasar mañana», precisa la mujer); el vino es peor y nece– sitamos mezclarlo con abundante gaseosa para matar o disimular su acidez. A pesar de todo, acabamos con los huevos, acabamos con el pan y hasta nos atrevemos con un par de quesos para postre. ¡Qué hambre teníamos ... ! Felices y contentos, avanzamos hasta Palas de Rey; hoy es día 19 y el 19 de cada mes corresponde haber mercado, al que acuden de todos los pueblos de la comarca; es una de estas costumbres que enraíza en la Edad Media y que se conserva muy viva, como en algunos puntos de nuestra tierra. Hay mucha animación y mucha concurrencia. Uno de los cruzados compra el típico «pulpo a feira>>, que lo preparan a la vista del cliente y lo sirven en unos platos de madera, y debe de ser muy sabroso sin duda ... para el que le guste; Alfredo y Juan -Johan para nosotros– mercan cerezas en abundancia y, al contrario que el pulpo, nos saben deliciosas y nos ponemos morados ... Sentados en el bordillo de la acera, atendemos al ir y venir de las gentes, al chalaneo de los mercaderes, al deambular de los curiosos; nos sorprendemos y quedamos atónitos, como quien ve visiones, con el tránsito de unos autobuses mixtos, es decir, auto– buses en cuya parte delantera se acomodan las personas y las vacas en la trasera, con un mamparo de tablas de por medio como divisoria; pasan otros con ovejas asomadas en la baca y en el portaequipajes ... Un racimo de muchachas en flor se detiene ante un puesto de tejidos o de baratijas: «En mi vida he visto tanta gallega junta», profiere Al– fredo para su capote. Faltan para Mellid cosa de catorce kilómetros; Antonio está impa– ciente por demás y José Mari, Rafa y los cruzados le acompañan al res– taurante para comer y proseguir la marcha acto seguido; los demás pre– ferimos corretear por este mercado al aire libre en busca de novedades 76
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