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nuestra salida y si les interesa venir con nuestro grupo; saco la impre– sión de que estaban deseando que les invitáramos (40). 19 DE JULIO: PORTOMARIN - MELLID (38 KM.) Nos dan las cinco en la carretera. Varios factores inciden para que caminemos rápidamente: la placidez de la mañana, el descanso de la casi media jornada de ayer, el nerviosismo de Antonio por llegar a Mellid pronto, nuestro afán por darle esa satisfacción y el secreto magnetismo de la proximidad de Santiago. Alfredo se ha encaprichado con tomar hoy para desayunar «un tazón grande de leche con media caja de galletas; en algo se ha de notar que estamos en Galicia, tierra de vacas ... ». Procuraremos complacerle. Antonio nos cuenta una vez más (y van ... ) el cuento aquel del solda– do gallego que se despide de su «vaquiña». En Gonzar dejamos la carretera por el sendero; muy pronto tropeza– mos con mujeres que portan cántaros de leche, pero la tienen ya ven– dida a la cooperativa, cuyo camión está para llegar. Alfredo sueña en voz alta con sus dos tazones grandes de leche y su caja de galletas (ha subido el cupo) y estimula, sin pretenderlo, la acti– vidad de las glándulas salivales de todos. Y ahora es cuando todos nos contagiamos: casa que encontramos, casa en que intentamos comprar leche, y en todas la misma respuesta: que la tienen apalabrada. ¡Y Alfredo, erre que erre ... ! ¡Es como para mantearlo ... ! Tanto hoy como ayer hemos podido contemplar, junto a las casas di– seminadas por el monte, los consabidos hórreos gallegos, esas pequeñas construcciones para guardar los granos y que ostentan como remate ge– neralmente una cruz o tienen como motivo ornamental un cáliz u otro signo religioso. Alguien pregunta ingenuamente si esos modestos edifi– cios no serán cementerios familiares. -¡Vaya despiste! -salta espontáneo Rafa-; ¡confundir un hórreo con un cementerio! -No sé por qué. Hemos visto iglesias y ermitas, pero aún no hemos tropezado con un cementerio. ¿Por qué no podía ser esto un nicho de un cementerio privado? -Pues está eso bien claro ... , como también que los hay despistados ... Casi sin advertirlo llegamos a Ligonde, un pueblecito con sus casas diseminadas por doquier; el suelo, por no decir la calle principal, está reciamente alfombrado con una gruesa capa de aliagas que chapotea bajo 75
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