BCCCAP00000000000000000001783

una vez oscurecido, para ir a pernoctar en Molinaseca, como alguien pre– tendía; a buen seguro que habría sido a costa de algún hueso roto o de algún tobillo retorcido. Alcanzamos a una anciana que lleva al molino un saco de trigo a lomos de un borrico y entablamos conversación. Parece que le gusta con– fiar sus penas aunque sea a extraños: tiene más de sesenta años y pa– dece, entre otras cosas, una dolencia cardíaca, a pesar de lo cual repite este viaje con frecuencia. « ¿ Y de qué voy a vivir yo -responde a una de nuestras preguntas- si no trabajara?» Ya en el fondo del valle, desayunamos un vaso de leche, cruzamos el río Meruelo o el Carracedo y pasamos de largo por Molinaseca. «Pasan– do Cacabelos -nos dicen-, encontrarán mejor terreno. » Hemos vuelto al asfalto después de treinta y tantas horas que lo abandonamos; el viñedo se extiende a ambos lados de la carretera y los cerezos nos hacen burla con sus rojos frutos ... a demasiada altura: « Están verdes ... » Comentamos, como es de rigor, la noche transcurrida en Riego de Ambrós, el olor de la cuadra, el Bar de Camilo, los chulos de marras y el pelotilleo aquel de «los señores madrileños». Un taxista, que va de vacío y observa nuestra voluminosa carga, se ofrece gentil a llevarnos hasta Ponferrada, cuyos humos divisamos ya en lontananza; se lo agradecemos cordialmente y declinamos la invita– üión, pues consideramos que no vale la pena haber hecho tantísimos ki– lómetros a golpe de calcetín para caer ahora en la tentación del autostop. El río Boeza, de aguas negras; un canal, la vía ... , Ponferrada. Visita a la telefónica para dar señales de vida y el «amarretako» bien ganado; a falta de lacón con grelos que pedimos de primera intención y que, según nos dicen, no es plato de verano, nos conformamos con lo que nos pongan delante. Nos limitamos a echar desde lejos una ojeada sobre la silueta del famosísimo castillo de los Templarios (32), porque una vez más el tiempo apremia. Esta marcha contra reloj . .. Vamos ahora por la N-VI; viñas, muchas viñas ... y la constante ten– tación de los cerezos. Ya que no podemos gustar sus frutos, porque están demasiado altos, aprovechamos la sombra de los árboles, que el sol aprie– ta. Antonio se siente fuerte y no puede tolerar el paso cansino que mar– camos ... , ¡psé!, y se adelanta a encargar la comida en Cacabelos; los demás continuamos a nuestro aire. Se nos ocurre pedir agua en la Cooperativa Vinícola de Cacabelos y el encargado, que en estos momentos se dispone a comer en familia, nos obsequia con el mejor vino, fruta y, lo que más agradecemos, con una franca hospitalidad. 62

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz