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todos los veraneantes en general y en particular a los señores madri– leños.» Necesitamos beber; unos niñatos juegan a las cartas; por lo que es– cuchamos, han celebrado un partido de fútbol y han tenido que retirarse sin terminarlo, porque va a llover en seguida, « y eso lo saben aquí y en el Perú», remata uno con chulería. Nuestra intención es -era- seguir hasta Ponferrada, pero estima– mos lo más prudente esperar un rato y ver qué giro toma la tormenta que se avecina amenazadora. Retumban los truenos en este valle estre– cho y encajonado y se desata una lluvia torrencial. Oscurece y no encontramos otro sitio donde hacer noche que una pajera, encima de una pocilga (con perdón). Hoy, cosa insólita y por motivos que no acierto a descubrir, me re– sulta imposible conciliar el sueño; no es la dureza del «lecho», ni el olor de los puercos que gruñen debajo de nosotros ... Lo peor es que un mal pensamiento aprovecha este rato de vigilia para torturarme, como ya lo ha hecho en otras ocasiones: «A fin de cuentas: ¿qué hacemos estos días?, ¿qué sentido tiene este peregrinar? Andar, andar, andar ... Si tanto nos interesa ganar el jubi– leo, ¿no podíamos haber ido a Santiago en tren o en coche? Semejantes madrugones, tales caminatas, tantas fatigas ... y al cabo de la jornada hemos recorrido lo que en un vehículo cualquiera nos habría costado de veinte a treinta minutos; ¿no tendría razón aquél que preguntaba que cómo se nos ocurría ir andando habiendo coches ... ? Que vemos gentes, contemplamos paisajes, vivimos experiencias desconocidas ... También podíamos haber logrado algo parecido yendo cómodamente en un buen automóvil. .. » Alguno, no sé quién, no acierta a coger postura y se mueve de un lado a otro en este pequeño rincón; será consecuencia de la fatiga. «La primera vez que oímos de boca de José Mari aquello de: ¡qué vida la del peregrino!, allá, junto a la Fuente del Carnero, nos cayó en gracia y lo hemos repetido cien veces, en cien ocasiones diferentes: ¡qué vida la del peregrino, que te permite vivir al aire libre como los pájaros; tum– barte a dormir en una calleja; lavarte en la fuente pública; no afeitarte y pasar inadvertido; contemplar la puesta del sol y asistir al nacimiento de un nuevo día ... ! Pero también ¡qué vida la del peregrino, cuando el sol parece que se ensaña en ti, y la mochila te aplasta, y los mosquitos te acosan... ! ; o cuando te sientas a gozar de la belleza de un paisaje, o estás visitando un monumento que te fascina, o te encuentras en ami– gable conversación, y ves que las horas pasan y que el tiempo apremia y que tienes que caminar, aunque no te apetezca ... ; o cuando llegas re- 60

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