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A unos metros, la abacería-bar ... del pueblo, en la que nos sirven una ensalada a base de pimiento verde y huevos fritos, más la consiguiente vitamina. No hay quien nos apee del burro: lo más asequible por estos pagos y lo que mayor garantía ofrece de buena conservación son los huevos fritos. En el entretanto aparece por aquí el secretario (¿ ?) y nos enteramos de que acaba de recibir un oficio por el que se solicita aloja– miento para unos soldados que a primeros del próximo mes de agosto transitarán por aquí de camino para Santiago. Comenzamos la subida al FONCEBADÓN de nuestros ensueños, que no es otro que el monte Irago; el sol calienta y la pendiente es muy fuerte. Por algo la N-120 abandona este paso y elige el puerto del Manzana!, más suave segur amente. Lo dicho: la cuesta arriba no es mi fuerte y me rezago en seguida; tampoco me importa subir el puerto en solitario, a mi aire. El suelo es pedregoso, la cuesta áspera, la mochila como si contuviera plomo; as– ciendo jadeante y envuelto en chorros de sudor; por si fuera poco, las gafas totalmente empañadas me impiden la visión y, si me las quito , tampoco veo nada ... Mis compañeros siguen adelante ... Por fin quiere Dios que llegue a la cumbre, donde esperan los otros tres, y la desilusión es mayúscula: FoNCEBADÓN, el famosísimo FoNCE– BADÓN, que tan enfáticamente pronunciaba José Mari, no es sino un vi– llorrio pobrísimo, por no decir miserable: una porción de casas de piedra a hueso, con pocas y muy reducidas ventanas, y deshabitadas en su ma– yoría; apenas si quedan una docena de familias. La vida aquí, si a esto se puede llamar vivir, es durísima, máxime en la época invernal, y de un nivel muy bajo. La importancia de FoNCEBADÓN debía de ser, por con– siguiente, sólo geográfica y estratégica: suponía la coronación de las montañas leonesas, siempre peligrosas por las nieves y los lobos, y co– mienzo de la bajada hacia las fértiles y ricas tierras del Bierzo. Hubo, además, en tiempos -según nos dicen- un hospital y una al– berguería para peregrinos. A poco más de un kilómetro se yergue la CRUZ DE FERRO, crucero de lo más sencillo y austero que cabe imaginar. Cumplimos con el viejo rito de arrojar sendas piedras sobre el montón que al pie de la cruz se ha ido formando a lo largo de los años. Nos detenemos de nuevo a descansar. Si FONCEBADÓN y CRUZ DE FERRO nos han impresionado por su pobreza y sencillez, la panorámica que se aprecia desde estas alturas es, por lo contrario, de una majestuosidad y de una belleza indescriptibles; esto compensa sobradamente de todas las fatigas anteriores. Desde esta cumbre de mil quinientos metros re- 58

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