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Tomamos la carretera que bordea las antiguas murallas que ciñen en parte la ciudad y vamos ... ¿a dónde habríamos ido a parar si no nos hu– bieran indicado en una taberna, con toda precisión, el camino auténtico, del que nos íbamos alejando inconscientemente? ¡Si nos ocurre una de éstas de noche ... ! Desandamos unos centenares de metros y, a tenor de las instruccio– nes, nos introducimos por un camino de monte. La marcha resulta agra– dable por esta soledad, con árboles abundantes y sin coches. Un conejo cruza rápido la senda; también este detalle nos habían dado en la taber– na, el de la probabilidad de sorprender a uno de estos roedores. Y que amenaza tormenta. Rozamos con una ermita, la del Ecce Horno, según nuestros papeles; las nubes, que ya habían hecho acto de presencia a nuestra salida de As– torga, se van aborregando y cubren el cielo. Los truenos, que poco ha apenas percibíamos por su lejanía, se van acercando amenazadores y rugen cada vez con más intensidad; a paso ligero cruzamos Murias de Rechivaldo; del cielo se desprenden algunas gotas muy gruesas. En lugar de regresar a Astorga (que dista ya una hora, por lo menos), preferimos caminar adelante con la esperanza de que se tratará de una aparatosa, pero breve, tormenta de verano. Menudean las gotas de lluvia y, aunque el camino no es una pista de carreras precisamente, apretamos a correr cuanto nos lo permiten las piernas y logramos llegar a Castrillo de los Polvazares en el momento justo en que se desata una tempestad de agua, acompañada de relámpagos y truenos. Tenemos la suerte de topar a la primera con la taberna del pueblo: un portal grande y oscuro, dos mesas rústicas y largas a ambos lados, unos bancos y un mostrador al fondo; vigas desnudas en el techo y suelo de piedra. Nos resulta una vieja estampa conocida. Por si la tronada perdura, según barruntamos, preguntamos si habrá cena y albergue; pronto nos percatamos de que se trata de un pueblo pequeño y pobre, pero de gente buena y sencilla: de cenar nos servirán aquí mismo y el alojamiento ... , el alojamiento es más problemático. Un joven se encarga por su cuenta de buscarnos lo que sea. Sigue lloviendo a chuzos y entra de repente un tropel de muchachos y muchachas, chorreando agua de sus cabellos y de sus variopintos chu– basqueros: constituyen una docena larga de peregrinos franceses que llegaron en tren hasta Burgos e iniciaron en esa ciudad su andadura hacia Compostela; portan tiendas de campaña, pero la rapidez con que han reventado las nubes no les ha dado tiempo para plantarlas. Se aco– modan en la mesa libre. No lleva trazas de escampar y la tarde termina. El muchacho que se nos había ofrecido para buscarnos dónde dormir ha encontrado al buen SS

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