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En el bar, que simultáneamente es también posada y otras cosas, nos preparan la cena (no nos explicamos cómo para unas sopas de ajo y unos huevos fritos haya que tardar tanto); unos mozalbetes de medio pelo juegan al futbolín y blasfeman como condenados. Esta vez, José Mari y Rafa se quedan a dormir en la casa y a Antonio y a mí nos hospedan en otra vecina. Disponemos de una habitación doble, grande y limpia; no hay agua corriente. Si de noche nos ocurre alguna necesidad, tenemos cerca la cuadra. 13 DE JULIO: VILLADANGOS DEL PARAMO - CASTRILLO DE POLVAZARES (35 KM.) Vamos a despertar a José Mari y Rafa, que han hecho noche en la posada. Esperamos en el portal. Salen dos jóvenes con pintas de cami– nantes y que cambian con nosotros un brevísimo saludo. Poco después bajan los nuestros y nos informan que los muchachos que acabamos de saludar son dos universitarios de Valladolid, futuros galenos, que se han ingeniado una forma curiosa de peregrinar: como no disponen más que de una bicicleta, uno monta en ella con toda la impedimenta hasta el primer mojón kilométrico, abandona allí bici y carga y continúa a pie sin detenerse; cuando llega el otro, toma la mochila, sube a la bici y ... hasta el siguiente mojón. Y así, sucesivamente, se van turnando. San Martín del Camino; José Mari nos recuerda que nos acercamos al «paso honroso», que ocurrió precisamente en estas fechas hace más de quinientos años. Un vaquero nos señala, algo más adelante, el lugar exacto, y tenemos el capricho de palpar con nuestras manos el monolito que recuerda la hazaña de Suero de Quiñones y cruzamos el puente que él defendiera (29) . Repostamos en Hospital de Orbigo. De otro tirón, y siempre por la N-120, llegamos al puente sobre el río Tuerto; un pequeño esfuerzo más y entramos en Astorga (30). A unos soldados que vienen en sentido opuesto al nuestro les preguntamos, por decir algo, si hay bares en la localidad. «Bares es lo que sobra», respon– den sin detenerse. Nos da fuerte y, en lugar de buscar una tasca o un bar, entramos en un restaurante para comer y descansar. Visita breve y obligada a la catedral y una rápida ojeada, por fuera, al palacio episcopal, de Gaudí. Atravesamos la plaza principal en el pre– ciso momento en que suenan, solemnes, las campanadas del reloj de los Maragatos, que preside el frontis del Ayuntamiento. Ni adrede.
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