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un folleto que nos han entregado en Turismo y que nos sirve de guía, nos sienta como una bofetada. Ante el aspecto huraño del cielo nos adentramos en la ciudad, con el tiempo justo para escapar del auténtico diluvio que arrojan las nubes entre rugidos de truenos y fulgurar de relámpagos. Nos citamos para mañana en Correos y nos retiramos a nuestros res– pectivos alojamientos. Al acercarnos al nuestro tropezamos con un grupo de muchachos, peregrinos jacobeos, que han cenado en esta casa religio– sa, y José Mari pregunta entre admirado y sorprendido: « ¿Es que sólo los capuchinos dan hospedaje a los peregrinantes ?» Yo, por contestar algo, le pregunto a mi vez: « ¿No sabes tú que su Padre, san Francisco de Asís, peregrinó como nosotros a Santiago de Compostela?» A José Mari le repiten las molestias estomacales y el hermano hos– pedero le atiende con maternal solicitud. 12 DE JULIO: LEON -VILLADANGOS DEL PARAMO (20 KM.) Evitamos el madrugón habitual; sin embargo, para las siete y media de la mañana estamos ya en la calle, frescos como una lechuga. ¡Qué bien se pasea sin mochila! Al mismo tiempo que tomamos reposadamente el desayuno, teniendo como fondo la incomparable catedral, escribimos una serie de postales a familiares y amigos y a cuantos nos han acogido en sus casas en eta– pas anteriores. Felicito por teléfono un cumpleaños. Retiramos de lista de correos la suspirada correspondencia y la contestamos a renglón seguido. En una nueva visita a la catedral nos encontramos con Jacinto Mar– tínez y su compañero de fatigas, Manuel Sádaba, y nos cuentan, entre otras graciosas aventuras, cómo ayer la borrica protagonizó un cómico episodio: llegaron a León por la tarde, unas horas después que nosotros, y se dirigieron a una posada que Jacinto conocía de su peregrinación anterior y que tenía cuadra; ¡cuál no sería su sorpresa al ver que aquella cuadra se ha trocado en garaje ... ! Encima, ayer era domingo... No les quedó otra solución que alquilar un taxi, montarse ellos y, sujetando el ramal a través de la ventanilla abierta, recorrer calles y calles a la ve– locidad que les permitía el leve trotecillo de la borrica, hasta que pudie– ron instalarla adecuadamente... ¡en el matadero municipal! Nos mereceríamos con razón patente de analfabetos si dejásemos León sin visitar la colegiata de San Isidoro (siglo XII), que custodia los 52

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