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pos. Hoy no hay nada (20). He intentado montar un minúsculo hospital para los peregrinos que por aquí transitan en el local que emplea la Ado– ración Nocturna y no me ha sido posible. Tampoco estos pueblos se en– cuentran en condiciones económicas de atender gratuitamente a todos los transeúntes; por lo tanto, y respetando siempre el criterio de ustedes y su buena intención de peregrinar a la antigua usanza, me permito suge– rirles que desechen esa idea y se acojan a los mesones y posadas como viajeros cualesquiera. Reconocemos sin dificultad que la razón y la experiencia hablan por la boca del buen clérigo, agradecemos su atención y atinado consejo y, poniéndolo en práctica desde este instante, nos encaminamos a la «po– sada de la señora María»: un amplio zaguán empedrado con canto roda– do sirve de portal, recepción y comedor; gruesas vigas de roble sostienen el piso superior, en que se encuentran las habitaciones; dos largas mesas de nogal con sus correspondientes bancos corridos forman todo el mo– biliario. Una de ellas está ya ocupada por una joven pareja francesa; vienen andando desde ... ¡Clermont Ferrand!, salieron el día 1 de junio y pien– san llegar a Santiago el día 25 de los corrientes. ¡Y nosotros que creía– mos hacer una cosa del otro mundo ... ! Otra nueva sorpresa me espera en esta modesta posada: los labrie– gos ( ¡!) que han pasado con una borriquilla cuando descansábamos en el atrio de la iglesia, son mi viejo amigo de Estella, Jacinto Martínez y otro amigo suyo, Manuel Sádaba, que también van a Santiago; la borri– quilla les sirve para portar el equipaje. Nos abrazamos efusivamente y Jacinto me cuenta precipitadamente sus andanzas y trabajos, mien– tras Sádaba escucha sin perder la sonrisa. Jacinto, a sus sesenta y tres años, es la segunda vez que hace el Ca– mino a pie y conoce las picardías del viaje. Entre los dos amigos com– praron sendos borricos que les llevaran la impedimenta, pero no repa– raron en que uno de los animales estaba entero y el otro no, y no había modo de hacerlos caminar de consuno, porque el uno era puro nervio y el otro se dormía de tranquilo. No les quedó más remedio que vender los dos asnos y con su importe adquirir esta borrica que por ahora respon– de bien. El que desentona un poco en estos momentos es él, Jacinto, que se halla descompuesto y teme verse obligado a regresar a Estella. Después de la cena decidimos que Antonio y Rafa se queden en la posada y José Mari y yo nos alojemos en casa de Jacinto Moratinos, puesto que somos nosotros los que hemos entablado la conversación y recibido el ofrecimiento. En tanto acude el sueño, José Mari se atreve a hacerme una pregun– ta, aunque teme que sea indiscreta; ha observado que en los distintos 40

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