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Soledad inmensa, montes pelados, casas derruídas y algunos pobres regatos cuyas aguas no ofrecen garantías de potabilidad; en lo más alto, trigales; en las orillas de la carretera, bastantes cerezos con las hojas completamente caladas y el fruto enfermo. No hay subida sin bajada y ahora nos toca descender. Caminamos a buen ritmo. A un campesino le preguntamos por agua para beber y nos señala la vena de agua con la que está regando su huerto: «De ella bebo yo desde hace cincuenta años.» Deliciosa. « ¿Castrojeriz? A cuatro kilómetros.» En efecto, en un cerro vemos recortarse la silueta de la an– tigua fortaleza. El sonido de las campanas nos lleva derechamente a la iglesia; junto a una columna depositamos las mochilas y oímos misa devotamente; José Mari se encuentra tan abstraído que, si no le aviso yo, se acerca a co– mulgar con la boina puesta, lo que para estas gentes sencillas habría su– puesto una gravísima profanación. Esperamos la salida del párroco sentados en las gradas del atrio; en la puerta de la iglesia está fijada una guía turística de la población y, por su examen, comprobamos que no hemos entrado por la tradicional puerta de los peregrinos; comentamos asimismo que tampoco hemos visto la ca– ravana de tractoristas. Todo esto se debe al despiste (si es que ha sido despiste) de esta mañana, cuando hemos dialogado acerca del camino que debíamos tomar. La espera se prolonga; por delante de nosotros pasan dos individuos con una borriquilla, seguramente dos labriegos que vienen del campo. A un señor que sale de la casa que tenemos enfrente le pedimos de beber, pues la jornada ha sido larga y calurosa; nos invita a pasar a su casa y en el mismo portal nos presenta un botijo de agua fresquísima y se in– forma de nuestra peregrinación; con un nuevo rasgo de generosidad, pone a nuestra disposición una hermosa habitación de dos camas y res– pondemos a don Jacinto Moratinos (que conste aquí su nombre en testi– monio de sincero agradecimiento) que la aceptación en firme dependerá· de lo que acordemos los cuatro compañeros (Antonio y Rafa se han que– dado fuera hablando con el párroco, que salía de la iglesia en el preciso momento en que José Mari y yo nos introducíamos en el domicilio del señor Moratinos. Guiados por el párroco a la casa cural, despachamos aquí unas cer– vezas con que nos obsequia y le exponemos en líneas generales el plan de nuestro viaje. -Como ustedes sabrán -explica el sacerdote-, Castrojeriz fue des– pués de Burgos la población más importante en la ruta jacobea del siglo XIII al XVII; prueba de ello la constituyen las cinco parroquias y siete hospitales para peregrinos de que estuvo dotada en aquellos tiem- 39
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