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Martínez) y tras un paseo acercarnos a pernoctar en Villafranca. Dicho y hecho. Al abandonar Belorado, un indicador: «A Santiago: 602 km. » ¡Ya falta menos! Unos árboles nos tientan con su sombra y nos recuerdan que tene– mos el sitio oportuno, y la hora, para nuestra siesta habitual. No hemos madrugado mucho, pero caemos en la tentación. Otra vez en marcha. No nos hemos espabilado aún de nuestro amo– dorramiento cuando cruzamos el río Tirón, que nos hace un guiño con sus aguas frescas y transparentes: nueva caída. El agua está deliciosa, el baño tonificante y el lugar acogedor, pero no podemos detenernos demasiado ... Dejamos de lado Tosantos, Villambistia y Espinosa del Camino; la ca– rretera va subiendo poco a poco y, al llegar al alto, vemos extendida a nuestros pies Villafranca Montes de Oca (11). Es el final de la jornada. Al entrar en la población reparamos que a unos cien metros nos prece– den cuatro muchachos con sendas mochilas; se nos ensancha el corazón pensando que pueden ser también peregrinos como nosotros. Entran en un edificio a cuya puerta hay un cura con hábito talar; nos acercamos, atravesamos el umbral y saludamos de nuevo a nuestros ya conocidos Cholo y Manolo y, por primera vez, a dos muchachos de Pamplona, alum– nos de la Universidad de Navarra: José Mari Parres y Xavier Zubiaur. Los cuatro van a Compostela; ¡esto se anima! Por ellos nos enteramos de que disponemos de alojamiento gratuito aquí mismo, en este local del Ayuntamiento; de cama nos servirá la des– nuda tarima ... y sin mantas. Menos es nada. José Mari y Xavier, que han iniciado el Camino en Pamplona y han en– contrado en todas partes simpatía y comprensión, no pueden disimular su contrariedad y se lamentan de la fría acogida actual: « ¡Si fuéramos unos melenudos ... !», termina uno de ellos, y yo miro de reojo a Cholo y a Manolo. Cambiamos impresiones, nos comunicamos las pasadas experiencias y nos ponemos todos a disposición de todos. Las nubes comienzan a des– pedir un ligero calabobos; quién se da masajes en los pies, quién se va a la fuente del pueblo para asearse y yo me dirijo, sin pérdida de tiempo, al teléfono público porque necesito hablar con una oficina que cierra a las ocho en punto. Tardo algo más de lo previsto y a mi regreso me dicen que Antonio y Rafa están en El Pájaro, y a El Pájaro me voy. En efecto, me sale al en– cuentro Antonio y me manifiesta sin rodeos que él, en previsión de que 30
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