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Santa María la Real. Antonio entra en un comercio a comprar unos cal– cetines y nosotros le esperamos en la calle: «Los estarán haciendo», co– menta Rafa en vista de que tarda en salir. Santa María la Real. Nos recibe el superior del monasterio, hoy con– vento de franciscanos; después de identificarnos, le rogamos únicamen– te dos cosas: que nos proporcione una ducha y nos autorice a visitar la iglesia y el claustro. Tras una breve vacilación, accede a nuestra súplica y él mismo nos sirve de cicerone extraordinario, una vez aseados, en la visita a la iglesia del siglo XV, en la que han dejado también su impron– ta las generaciones posteriores; la cueva de Santa María, donde dice la leyenda que el rey don García encontró en 1044 la imagen que hoy se ve– nera en el altar mayor; el panteón de los reyes de Navarra; la joya ro– mánica que es el sepulcro de doña Blanca; la sillería gótica del coro ... Nos habla con entusiasmo de Santa María de la Terraza, que dio nombre a la primera de nuestras Ordenes Militares, y nos pasa, a continuación, al plateresco Claustro de los Caballeros, que están casualmente acondi– cionando estos días para la representación escénica de la Crónica Naje– rense; nos expone sus nobles intentos, fallidos por ahora, de habilitar una pequeña hospedería para los peregrinos jacobeos y perpetuar así la tradición secular del monasterio. En un aparte me susurra, confidencial, al oído, el rumor de que el cardenal de Santiago quiere dar cerrojazo al Año Jubilar, en vista del fracaso y de la inasistencia de peregrinos. Nuestra estancia en el monasterio ha supuesto para nosotros, amén de un descanso para el cuerpo, una lección de arte y de historia y un se– dante para el espíritu (el rumor aludido lo tomo como eso ... , como un rumor sin fundamento y del que no pienso dar parte a mis compañeros) . Después de comer en una fonda cercana reemprendemos la marcha hacia Santo Domingo de la Calzada, pese a que nuestra modesta guía nos señala, como desvío recomendable, la proximidad de la patria chica de Gonzalo de Berceo y los monasterios de San Millán de la Cogolla, tan relacionado con Santiago (7); tal desvío nos supondría, entre marcha a pie y visita turística, una jornada entera, por lo que lo descartamos sin contemplaciones. A lo que no podemos renunciar, y eso que para esta tarde nos quedan veinte kilómetros, es a nuestra siesta bajo cualquier árbol o arbusto; para nosotros, madrugadores y caminantes, constituye casi una necesi– dad. Nos agazapamos entre unas matas ... Unos truenos y unas gotas gordas nos despiertan y sobresaltan, al mismo tiempo que nos avisan que es peligroso quedarnos en un descampado. Nos ponemos los im– permeables y ensayamos un paso ligero. Un erizo que se ha aventurado a cruzar la calzada y ha quedado planchado a mitad de su camino. Con– tinúa lloviendo. Otro erizo que ha corrido igual suerte que su compañe– ro, o compañera. 26
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