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manchas verdes de los viñedos. La carretera que nos conduce a Ausejo -seguimos por la N-232- se halla muy descarnada (comprobamos en algunos puntos que la anchura de la capa de asfalto no supera lo largo de mi bastón) y tiene su cuestecita. Antonio se queja, y con razón, del peso de su mochila; otro tanto podríamos hacer los demás, pero ... para lo que vamos a adelantar ... En Ausejo vemos un bar a la izquierda de la carretera; recordando el éxito de El Villar, nos tentamos la ropa antes de penetrar en este es– tablecimiento. Es vana nuestra desconfianza, porque aquí encontramos calor y simpatía y así, mientras miramos por la vida, o por el estómago (que también tiene sus derechos) , nos acompañan el propietario y el ca– brero del pueblo, nos entretienen con su conversación, sabrosa e intere– sante, y nos hablan del peregrino aquel que pasó por mayo con una cruz al hombro; y hasta consienten sin ningún reparo que Antonio depo– site parte del equipaje, el cual ya se encargarán de retirarlo unos ami– gos suyos cuando transiten por aquí en coche dentro de unos días ca– mino de Zaragoza. Creemos que con la reducción de la carga Antonio nos tomará pronto ventaja, pero ... ahora es el tobillo lo que le molesta; avanzamos así unos kilómetros, hasta que nos detenemos en una sombra, cerca de un arro– yo; el dolor no remite y Antonio decide hacer autostop hasta el próximo pueblo, que es Agoncillo. Puntualizamos algunos detalles y Rafa y yo, para ganar tiempo, nos adelantamos a buen paso; el cansancio, el calor y el percance de Anto– nio han minado un tanto la moral del muchacho y yo trato de levantarle el ánimo, y lo consigo, pese a que yo llevo también la procesión por dentro. Agoncillo. El bar es el lugar de cita con el que se ha quedado atrás. Unas tónicas; dejamos las mochilas al cuidado del barman y buscamos sombra y retiro en un callejón sin salida; la dureza del suelo no es ningún obstáculo para que durmamos más de una hora. ¡Lo agradable que nos resulta esta siesta del carnero! ¡Como que nos quedamos como nuevos! Y no se diga nada del chaval, a quien encantan estas ingenuas experien– cias y goza como los enanos; todos estos factores han contribuído a que el mal momento anterior haya quedado relegado al olvido ... Volvemos al bar donde nos espera Antonio, que ha tenido suerte al hacer autostop; es otra satisfacción para el grupo. Así es que comemos con buen apetito y excelente humor. Mientras despachamos las viandas podemos contemplar la televisión (que ni la habíamos saludado en varios días, ni la habíamos echado en falta); nos impresiona la noticia del trá– gico final del «Soyuz» XI de que nos informa el telediario. Antes de des- 22

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