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los músculos; almorzaremos cuando llevemos caminando tres horas o, lo que es igual, quince kilómetros poco más o menos; la comida, en Rincón de Soto. Todo esto lo decidimos antes de amanecer, mientras emprendemos el recorrido de ese inmenso tobogán, que así se nos antoja por sus subidas y bajadas, la carretera de Alfaro, bordeada de pinares. Marchamos estupendamente. El descanso en Tudela ha sido franca– mente reparador y apreciamos que fue un acierto pleno el recogernos ayer pronto, aunque para ello tuviéramos que sacrificar la visita a las joyas artísticas que encierra esta noble ciudad. Los pediluvios con sal– tratos nos conservan los pies en excelente estado y el bicarbonato que ingerimos a la hora de las comidas ha impedido la aparición de las te– midas agujetas; algo tenemos que agradecer también a la vitamina C, de la que echamos mano de vez en cuando. Como me ha tocado vivir en Tudela y la conozco bastante bien, me permito darle a Rafa, a título puramente informativo, algunas noticias de la historia antigua y reciente de la capital de la Ribera; le hablo de su entorno socioeconómico y geográfico y le describo en líneas generales los principales monumentos: la catedral del siglo XII con su grandioso poema pétreo de la Puerta del Juicio y su nunca bien ponderado claustro románico, y la iglesia de la Magdalena, que dicen fue de los mozárabes, y el tímpano de San Nicolás ... Otro monolito como el de ayer nos indica que abandonamos -¡ay– mi querida Navarra. Se acerca la hora de yantar. Fieles a nuestro pro– grama recién estrenado (los propósitos son para cumplirlos), esperamos a que transcurran las tres horas prefijadas, en las que hemos cubierto los quince kilómetros con precisión casi matemática; gozosos por el éxi– to, nos sacudimos las mochilas y, sentados sobre unas piedras, despacha– mos los bocadillos que nos dejó preparados el hermano Valentín (Dios se lo pague), bocadillos que remojamos con buen caldo de Murchante. « ¡Esto también es vitamina!» Reina la alegría y el buen humor; si continuamos así, la etapa va a resultar pan comido. Pero ... no echemos todavía las campanas a vuelo, por si acaso. Poco más tarde de las ocho pasamos frente a una tejería, en las afue– ras de Alfara. Nos gustaría dar un vistazo al pueblo, pero es un capricho al que debemos renunciar, ya que son muchos los kilómetros que nos se– paran de nuestra meta próxima, Calahorra. No obstante, penetramos en un bar y, mientras apuramos un palmero -un vaso de un palmo- de tinto con sifón, el chaval del mostrador (que no rebasa los once años) nos deleita los oídos con una jota entonada con brío y con salero. En el preciso momento de acercarnos a la puerta, nos sentimos transportados 19
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