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A las cinco henos de nuevo pisando asfalto, que despide fuego y di– ficulta la respiración; el tráfico ha aumentado considerablemente. Algu– nos camioneros nos saludan con simpatía; otros, en cambio, que quieren para sí toda la carretera, nos aturden a bocinazos, a pesar de que vamos pegados a la cuneta. Y hasta hay quien se permite hacer un feo gesto. Nosotros nos limitamos a sujetar con las manos la prenda que cubre nuestra cabeza, para que no se la lleve el torbellino que originan los ca– miones a su paso. Me da la impresión de que Rafa está en un mal momento y me acerco a su lado como quien no quiere la cosa: -Mira, Rafa -le digo después de cambiar algunas palabras-; no te asustes porque tengamos por delante más de veinte días de camino . Si un día ves que no puedes, haces dedo y nos esperas en el pueblo al que nos dirigimos, y al día siguiente, como estarás descansado, te encontra– rás en mejores condiciones que nosotros. Que otro día te ocurre lo mismo ... , pues ya sabes la solución; ahora que yo creo que tú, viendo que tienes el remedio al alcance de la mano, aguantarás hasta el final. Pero no hagas ningún disparate; si no puedes, tú nos lo dices y a hacer autostop. Yo, por lo menos, esa intención llevo -añado para darle confianza. -Si usted abandona, en ese mismo momento me vuelvo para Zaragoza. -No te preocupes. ¡Llegaremos los tres! Sobre las siete de la tarde, un claxon que suena con insistencia y un coche que se detiene a nuestra vera: son los padres de Rafa, que no han podido aguantar la propia impaciencia y vienen a informarse in situ acer– ca de nuestro estado. Ante esta visita inesperada, la alegría es grande y el ánimo gana muchos enteros; pero la permanencia junto a nosotros debe ser breve, por necesidad, ya que advierten que no nos conviene retra– sarnos ni un solo minuto. Proseguimos gozosos la marcha a paso más moderado. A nuestra iz– quierda comienza a esfumarse la enorme silueta del Moncayo; una lige– ra neblina se levanta a lo lejos, a nuestra derecha, del cauce del río Ebro ... Seguimos adelante. Poco a poco la noche va envolviéndonos con su sombra. Otro descanso en una gasolinera, otra cerveza y... el esfuer– zo final. Ha oscurecido del todo. En la lejanía divisamos unas luces que no al– canzamos nunca: es Mallén, nuestra meta. No hay que desanimarse, pues ¡ya falta menos! La carretera se bifurca; tomamos la de la izquierda; unas mujeres, que platican en corro sentadas en silletes a la puerta de una casa mientras disfrutan de la fresca, nos indican la pensión del pueblo. 15
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