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El viento, suave, mece los trigales y las alfalfas que visten esta in– mensa llanura que se tiende a nuestra vista; pero también el sol campa por sus respetos y auguramos un día fuerte de calor. Rafa, caminando el primero, luce estilo de andarín y un atuendo de– portivo: jersey (del que se despoja pronto para quedarse en mangas de camisa), pantalón gris cerrado bajo la rodilla, medias rojas y botas de cuero; el pompón de su gorro de lana baila graciosamente al compás de la cabeza. Cerramos la marcha Antonio y yo, alternativamente; ambos vestimos «nikys» claros y pantalones de verano; Antonio toca su ca– beza con un sombrero para el sol y calza zapatos negros de calle; yo me cubro con mi boina vasca y llevo botas de lona, bien domadas y hechas a cruzar la Bardena en repetidas javieradas. Y los tres, con sendas mo– chilas, grandes y excesivamente cargadas (3). A veces avanzamos a la par y surge el diálogo; Antonio aprovecha las ocasiones que se ofrecen al paso para enseñar a Rafa las distintas especies vegetales que nos rodean y que el muchacho conoce por los libros, pero que no distingue sobre el terreno: - ¡Rafica ! ¿De qué es este campo? -De hierba. -No, hombre. Esto es alfalce, para las vacas. -Ya. Seguimos adelante. -A ver si conoces esta planta, Rafica. -Ni idea. -Pues esto es panizo, ese grano que se emplea para engordar los to- cinos; lo que pasa es que todavía está muy pequeño y falta mucho para que nazcan las pinochas, o las mazorcas, si así lo prefieres. A la siguiente soy yo quien mete baza: -Supongo que no conocerás esta planta; esto son pimientos ... Aque– llo es trigo ... ¿Y esos árboles? ¿Conoces esos árboles? -¡Qué va! -Te voy a dar una pista, como en la tele. Sus ramas se emplean en la procesión del Domingo de Ramos ... -¡Ah! Pues si no son palmeras (que me parece que no), tienen que ser olivos. -Correcta la contestación. N0s hallamos despistados con relación a la distancia recorrida, ya 13
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