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Desde el primer momento llegamos a un acuerdo en todo lo fundamen– tal; no hay más que una condición, que no depende de ninguno de nos– otros, sino que la imponen las circunstancias: la marcha no se puede ini– ciar antes del 26 ó 27 de los corrientes (nos hallamos a 16 de junio) y debe estar terminada para el día 23 del siguiente mes de julio. Conforme. Tres días más tarde es Antonio quien viene a hablar conmigo para perfilar y ultimar una serie de detalles. Ya de entrada descartamos la posibilidad de prepararnos nosotros mismos la comida en ruta; después de una marcha de cuarenta o más ki– lómetros, y con la mochila a cuestas; el cuerpo exige un merecido descan– so y no es plan ponernos entonces a cocinar; eso sería factible uno o dos días quizá, pero prevemos que a la larga nos veríamos obligados a cam– biar de sistema ... o nos quedaríamos sin comer. ¿Mapas? Antonio considera suficientes los itinerarios que figuran en los folletos de propaganda del Año Santo que edita Información y Turis · mo y de los cuales posee varios ejemplares distintos; posteriormente com– probaríamos que dichas publicaciones están concebidas principalmente de cara a los usuarios de vehículos a motor. Ignoramos, por otra parte, que haya a la venta algún mapa que registre con exactitud el camino aquel que abrieron los peregrinos a lo largo de los siglos (2). ¿Alojamientos? Fuera de dos o tres con los que contamos como segu– ros, será cuestión de buscarlos sobre la marcha en las poblaciones por las que transitemos. Calculamos un promedio de cuarenta kilómetros por etapa, el día que andemos de más, por el que hagamos de menos; todo dependerá del es– tado físico en que nos encontremos, de las condiciones climatológicas, de las distancias entre pueblo y pueblo, de otras eventualidades ... Descendemos también a otras cosas más nimias, pero de indiscutible importancia, referentes a mochilas, ropa, útiles de aseo, calzado, frutos secos, vitaminas y un largo etcétera. Salida: el día 27 de junio, a las cuatro de la mañana. (A pesar de todo ello, fácilmente se desprende que somos más optimis– tas que previsores y que la nuestra no se puede ofrecer a nadie como modelo de organización, máxime teniendo por delante unos ochocientos kilómetros de camino y más de tres semanas de peregrinación.) 8
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