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H e inepta mayoría nacida, mantenida y pendiente de las consignas "polí- ~ o ticas", por los constantes viajes impuestos por el sistema y por una r supervisión inexistente o complaciente con los suyos. El empuje educativo Y se ha venido reduciendo al Régimen Intercultural Bilingüe que lleva ya S más de 20 años de fracaso continuado. Focalizar el fracaso de la Educación ° Intercultural Bilingüe en un problema ortográfico es una reducción e simplista e inaceptable: hiede a excusa. Cualquier sistema coherente es n válido, más que suficiente, si hay empatía, vocación de servicio, 0 continuidad paciente y autoevaluación seria, Y eso es lo que no existe: e ahí está el problema. ~ o Reflexionando sobre esta situación no querida, imprevista en sus ' raíces, me inclino a pensar que al menos parte del origen y parte no pequeña de la responsabilidad nace y grava en aquellos ilusos, impre– visores de consecuencias, planificadores fundantes de los primeros años sesenta. Ellos son los culpables. La Historia, sin duda, algún día se lo demandará. Todo este contexto sociológico ha de tenerse presente para desde él, poder interpretar en su justo valor el alegato apasionado de Celestino Tocory. Era él, hijo de madre guarao y padre aruaca. Su padre había llegado a la región de Amacuro, procedente de la hoy llamada Guyana, en tiempo de la explotación del balatá, entre los siglos XIX y XX. Como a los dos años regresó a su vecino país luego de dejar embarazada a la madre de nuestro protagonista. Volvió a los veinte años. Entonces ella le avisó a Celestino: "Ése es tu papá". Celestino lo siguió por un tiempo. Con él aprendió algunas palabras, expresiones y cantos aruacas. Luego creó su familia aparte. Vivió en el Río Amacuro, no formando parte de una ranchería a la manera de los guaraos del delta, sino haciendo casa solitaria a la manera de los criollos de la zona. Lo conocí ya de viejo viviendo con su última esposa -india que sólo hablaba guarao e inglés- sea en Las Piedritas, sea en las Margaritas, sea en Yaguaramito, del Río Acure. También vivió en Ibaruma. Lo acompañaba su hijo Manuel y su familia. El resto de sus hijos se había dispersado por los montes unos, otros por Curiapo, Tucupita, San Félix y el estado Monagas. Su conversación era amena y transparentaba facilidad para las relaciones sociales tanto con indios como con criollos. Su voz era profunda y pausada; sus juicios, prudentes. Se expresaba normalmente

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