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H u me abstengo de hacer un juicio. Para que todo juicio sea ecuánime, es m o preciso escuchar a las dos partes. Aquí sólo habla Celestino Tocory, y r como es obvio, a su favor. Mi interés estriba en que la narración manifiesta Y una época histórica de la zona de Curiapo (Antonio Díaz), con sus u r tensiones, ocupaciones y problemas específicos, y en cómo se ~ desarrollaban las relaciones entre criollos e indios, tratando de ocupar el e Estado una zona intermedia de amortiguación, presuntamente favorable n al indígena, al que se le presume más debil. Lo cual, en su ambiente, no 0 siempre es cierto. a Por aquel entonces, década de los años sesenta, se presentaba el 2 Estado desembarazado de opresoras dictaduras, con una voluntad s "puntofijista" de modernidad, justicia social y democracia de partidos -la tripartita- más o menos socialistas, más o menos ingenuos, despistados o pícaros, que plasmaron una Constitución y un estilo nuevo. La arrogancia de su triunfo político era ostentosamente vacua. Me refiero naturalmente a sus manifestaciones locales, en el delta bajo. Por lo que respecta a nuestro tema, el nuevo régimen alardeaba de recobrar sus responsabilidades históricas y directas de Estado que, según ellos habían sido delegadas por los gobiernos "dictatoriales", por comodidad o cobardía, en personas extranjeras no calificadas, ignorantes y tozudas, ocupadas sólo en asimilar, -"reducir, civilizar y evangelizar"– ª los pueblos indígenas, destruyendo por etnocidio sus culturas. Así como también se había permitido entre indígenas la presencia indiscriminada de ciudadanos indeseables como "encomenderos" y "caciques" que abusaban de la "inocente" ignorancia de los guamos. Equipados con estos presupuestos ideológicos, progresivamente se fue quitando piso, protagonismo y razón de ser a las personas privadas ("caciques", "encomenderos") y a las instituciones (Misiones) que laboraban por estos caños del Orinoco, directa o indirectamente, en la promoción de los naturales. Se les retiró el apoyo moral y económico desprestigiándolas y obstaculizando los trabajos agrícolas de los inter– mediarios y la comercialización de las cosechas. Se tildó a las Misiones de coloniales, sectarias y oscurantistas. Se les fue quitando responsa– bilidades y atribuciones, negándoles las subvenciones acordadas. Y los Convenios o contratos que se venían haciendo basados en la "vetusta" Ley de Misiones, no fueron renovados. De esta forma, la Misión de

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