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urgir que tales comunidades sean precisamente de base». Y más «las comunidades eclesiales de base responden (...) a una manera especial de ser y convivir el hombre de esta segunda mitad del S. XX, a un factor sociológico más que teológico. Sin que negue– mos que la teología insinúa claramente la estructura de la comu– nidad a partir de una célula base, pero, en forma explícita, son los factores sociológicos los que ponen el acento en el modo y estructura de la actual comunidad» (36). Como si nos hubiese quitado las palabras, se ha expresado Antonio Alonso en estas líneas. Nuestro pensamiento es absolu– tamente el mismo, y creernos que está más que demostrado con lo expuesto. Pero aún llega a machacarlo más con otra idea de la que participamos absolutamente. La persona-en-sí, dice, no es com– pleta. No define todo lo que el hombre es mientras no se vea complementada la expresión con la idea de ser-para-los-otros. La simple persona en sí no puede desarrollarse; sería simple individuo. Uno sólo toma conciencia auténtica de lo que es en con– traste con otros, en medio de un grupo y a través de él. Sólo entonces sabe que él se hace sensible a lo otro, y, aún más, a los otros; que se desarrolla, se responsabiliza y se va edifi– cando en un ambiente; mucho más cuando el ambiente le respira confianza total. Todo esto queda confirmado en la historia, en que la per– sona aparece siempre como miembro de una comunidad. Su carác– ter social es esencial; su intimidad exige relaciones. Debe reali– zarse de manera personal y comunitariamente; y esto lo realiza (36) Ibídem, ps. 75-76. - 88 -
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