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verdadera comunicación. En ninguna parte se siente uno tan solo como en una calle muy frecuentada. Nadie le concede a nadie la menor atención, a condición de que cada uno se comporte como todo el mundo. Nadie cambiaría si de pronto alguien desapa– reciera. Todos estos elementos contribuyen a crear un clima en que el abandono y el aislamiento se le ofrecen al hombre como la experiencia fundamental. Se trata de un estado de alma sentido como un malestar, el cual trae consigo la sensaci.ón de no encontrarse a gusto, en ninguna parte, de no ser nunca irreem– plazable. Las numerosas organizaciones a las que el hombre actual pertenece no acogen a la persona humana en toda su profundidad y en toda su totalidad. No hacen referencia más que a aspectos particulares. No se tiene nunca la sensación de ocupar una posición central. El hombre se ve a si mismo en una inter– sección cualquiera, manejado, como tantos otros, por cierto tipo de intereses. Es el tiempo de las pertenencias múltiples, pero parciales» (26). Creemos que ante esto, y lo dicho, sobra ningún comentario. En ese mundo impersonal y anónimo, vivimos en una abso– luta reserva. Como principio, desconfiamos de todos, no nos abrimos, y es que, en el fondo, no nos conocemos; porque, aunque tengamos trato los unos con los otros, es un mero trato social superficial, que no penetra. Nuestras formas sociales son vacías, externas, sin bajar nunca al fondo de la persona. Nos mantenemos en la superficie, sin tocar tierra. Somos unos soli– tarios en medio de la masa. «Comunicamos lo exterior, lo social– mente aceptado. Difícilmente lo personal e intimo. Puede darse perfectamente entre nosotros el caso, (...) de tener un trato (26) HOSTIE, R., «La comunidad, relación de personas», Sígueme, (Sala– manca) 1968, ps. 69-71. - 79 -
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