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Esto tampoco tiene cabida en la actual civilización de masas, pues el anonimato más frío y despersonalizante nos envuelve a todos, y más a nivel de nombre propio. En la mayor parte de las ocasiones nos vemos reducidos a un número, «el anonimato, dice Antonio Alonso, es convertirse en un número. Se piensa incluso que en un porvenir no lejano las personas no se distinguirán por nombres y apellidos, sino por el número que cada uno recibe. Para entendernos a nivel de lenguaje actual: por el de su pasa– porte o el de su cédula de identidad. Mient::-as tanto, el individuo es catalogado por su función, por lo que hace. Se le violenta en la propaganda, se le considera como simple consumidor, como tra– bajador o funcionario, como... un algo indeterminado» (23) . Como consecuencia es ese anonimato a toda prueba que despersonaliza y nos convierte en número, ocultando, sin noso~ tras pretender tras esa cifra, no ya nuestro ser más profundo, sino nuestra más elemental identificación personal. En efecto: nadie conoce a nadie. En la calle donde vives eres un número más; el autobús que te [eva también tiene su número. En el trabajo, no tienes tampoco ningún poder: hacer lo que te dicen. Sólo eres conocido por tus compañeros próximos y a veces, ni por ellos, siendo llamado no por tu nombre propio, sino por una referencia: el secretario de tal despacho, el ofici– nista de tal dependencia, el tornero de td máquina, o el peón del albañil uno... En tu casa, justo te nombra tu mujer y tu familia; para el resto eres el señor del quinto, del primero... la portera; el pre– sidente... Tu casa está marcada por un número y tu puerta también. (23) ALONSO, A., o. c., p. 126. - 75-

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