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es que hoy día, el poder despersonalizador, no sólo afecta a los súbditos, sino también a los que lo obstentan y mandan. Dice Feijo: hoy día «el poder no sólo tiende a concentrarse progresivamente, sino también tiende a despersonalizarse, a ha– cerse más abstracto. Ya apenas ni sabemos quién ostenta el poder: la enorme pirámide de burócratas y tecnócratas tampoco deciden muchas veces, al menos en las cosas más importantes. Ellos mismos son a su vez como piezas cualificadas de un colosal aparato, que sólo tienen que hacer «funcionar» de manera per– fectamente regulada, con lo que las mismas relaciones de poder se han despersonalizado. El «sistema», como señala Marcuse, tiene su lógica inmanente, y esta lógica, que no es nadie, que diluye las responsabilldades, que se impone como una especie de destino anankástico por encima de las libertades y de las per– sonas, va siendo la que domina, la que decide y la que opri– me» (16). Todos caemos presa de esta mole fantástica, de esta Babel moderna que los hombres nos hemos construido: el sistema; y el hombre, esencialmente hecho para gobernar, para tomar de– cisiones, para regir, he aquí que de buenas a primeras, se ve preso y atenazado por esa máquina social que él ha construido, ese sistema que ahora le impone esa «lógica inmanente», esa especie de fatalismo que le arranca inexorablemente, viéndose tan despersonalizado sobre el poder los de abajo como los de arriba, porque ninguno de ellos lo ostenta, sino el sistema que lo ha arrebatado. Es la máquina que se vuelve contra el hombre para formarlo a su imagen y semejanza. No queda más que una solución: que el hombre social con– siga apropiarse realmente, reincorporar a la unidad de su con- (16) Ibídem, p. l.34. -71 -

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