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de los otros (...) sino que lo que rechazamos es que toda esta influencia forme parte de nuestra existencia» (12). Consecuencia de esa enorme dificultad de luchar contra ese monstruo tan grande, la masificación, el estar pasados bajo la misma tabla, es el conformismo. Un conformismo a toda prueba, que nos deja como abúlicos, y ¡a lo que digan!. este conformismo colectivo, que parece como postular la sociedad moderna, dice Carrier, que es la «forma más sutil de servidumbre colectiva» (13). Es a lo último que puede llegar el hombre, que es una forma de darse por vencido. Es necesario luchar contra él; primero contra esa masi– ficación que cae sobre el hombre como una losa. Dice Carrier que se impone al cristianismo ante todo un verdadero deber de disidencia y desobediencia; pero nosotros decimos que todo hombre, si quiere salvar lo más elemental de hombre, está obli– gado a ello. Dice Pin: «El hombre moderno debe aprender por disciplina personal, proteger su libertad contra las poderosas solicitaciones al conformismo que sin cesar le dirige la cultura ambiente. Ser hombre, realizarse auténticamente como hombre, he ahí una de las principales obligaciones que recae, desde lo alto de la voluntad divina, sobre la persona humana, acaso la única en la que recaen todas las demás (Cfr. Prop. Prog. N. 15). Pero el poder político, que vamos a estudiar a continuación, no es menos alienante, despersonalizador y masificante. Dice Freijo a este propósito: «el fenómeno creciente de (12) ANDRES VELA, «Las comunidades de base y una iglesia nueva», Edit. Guadalupe (Buenos Aires) 1969, p. 120. (13) CARRIER, PIN, p. c., p. 377. -68-

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