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mundo, sólo dejarán pasar unos cuatro o cinco mil, aquellos que a ellos más les interese, y con los que más influyan sobre la opinión pública a su favor, masificando también de esa forma nuestro modo de pensar. Nuestros condicionamientos urbanos son tan universales que será difícil encontrar alguno sobre el que obremos con plena libertad, no influenciados por nada ni por nadie. «Los grandes medios de difusión, dice Carrier, nos imponen inconsciente– mente, actitudes, gustos, deseos, juicios idénticos. La publicidad, el arte de la promoción comercial, suscitan en nosotros nuevas necesidades y elecciones colectivas. La prensa y todos los medios de información nos enseñan a percibir y a juzgar de la misma manera los hechos y los condicionamientos (...) Existe una unifi– cación de las personas, que sociólogos y filósofos justamente admiran. El fenómeno, sin embargo, debe percibirse como ambi– valente, aún ambiguo» (11). Y nosotros, sin despreciar eso de unificante que tiene para el mundo el actual desarrollo a todos los niveles, nos fijamos ahora más en eso negativo, porque hasta las Coca-Colas que bebemos están metidas en nuestro cuerpo a presión publicitaria; la nevera que compramos; el televisor que tenemos; el lugar de veraneo; las excursiones que hacemos; y la crema con que nos rasuramos. ¡Y creemos que ya es demasiado!. Estamos en una sociedad de masas. Todos obramos cada vez más porque nos impulsan o empujan: «haga esto», «compre tal televisor», «no discurra ante tal nevera»... No obramos libre– mente, ni auténticamente o plenamente conscientes, sino empu– jados y movidos. La moción publicitaria tiende a lo psicológico, creándonos (11) Ibídem, p. 377-378. - 66-
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