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a sí mismo, pues el primer gran nocivo efecto de esa masificación es la despersonalización, y el medir a todos por el mismo rasero. Así: las viviendas se harán sobre los mismos planos, sin atender las necesidades de cada uno; las fábricas tirarán en serie sus productos; vestiremos todos sobre los mismos cánones, aquellos que discurra la moda en los laboratorios que aún siguen de Dior o Balenciaga, o los de Saint Laurent, y Mister Cart, y que luego se exhibirán «prH a porter» en los escaparates de París, Madrid o Londres. Los reclamos fluorescentes de los comercios, salas de fiestas y night-clubs, golpearán nuestras pupilas, pasándonos a todos la invitación de entrar. Esta despersonalización es consecuencia, pues, de esa masi– ficación que lleva consigo la gran ciudad, y que destruye, en principio, y de hecho, todo grupo humano. Dice Carrier: «la ciudad es el símbolo de la decadencia de los grupos humanos» (9). El hombre donde mejor se mueve es en la espontaneidad de los grupos primarios hacia los que tiende naturalmente, Estos, en la gran ciudad, prácticamente han desa– parecido. Como escribe Pin citando a Fitcher, «mientras que la comunidad local rural era un grupo primario en que los individuos se integraban sin intermediarios, la comunidad urbana, mucho más amplia, no reagrupa directamente a los individuos ni aun a las familias, sino a organizaciones y a asociaciones que se inter– ponen entre ellos y la comunidad local. A la totalidad inmediata y efectiva de las relaciones humanas han sustituido relaciones impersonales y funcionales que vinculan entre sí a los actores urbanos mediante series de roles especializados, que apenas interfieren los unos en los otros. Este proceso puede descornpo- (9) CARRIER, PIN, o. c., p. 109. -64-
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