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jando en un sitio, divirtiéndose y jugando en otro, estudiando en otro, y comiendo y durmiendo en otro ... De esta forma se junta con los que más congenia, va a donde más le gusta... y no está condicionado al inmovilismo y cuadriculación de un barrio o una «amistad que lo retenga a disgusto». Además, más para la gente joven, el cambiar tan rápida– mente de lugar, quizá les sea un motivo de descanso psicológico, quizá por ese afán y necesidad de la vida moderna, de verlo todo, vivirlo todo, y abarcarlo todo, y eso inherente en el joven de verlo y explorarlo todo a diario, más en esa psicología propia suya, futuro ciudadano, en cuerpo entero, de esa urbe que, en cierto modo, la está modelando él. Sobre esta base sociológica han aparecido las Comunidades Cristianas de Base. Por lo que no coincide, casi nunca, con una determinada circunscripción territorial; sino que, como dice Use– ros, «depende de la opción de las personas afines por otras motivaciones. Así se dice que el grupo es de «medida humana», es decir, está basado en relaciones libres y personalizadas. No se niega que la comunidad de base personal pueda germinar en un determinado territorio; y ocurrirá allí donde las relaciones cristianas se hayan personalizado con motivo del territorio» (7), pero serán las menos, por no decir nunca o casi nunca de las veces. Sobre la base de esta libertad de acción de movimientos que le brinda la gran ciudad, también en su vida religiosa se unirá a aquella comunidad cuyo carisma más le vaya, o a la que más cómoda le venga, o a la que más le guste, dejando su parroquia territorial, ¿Qué de raro tiene que vaya a aquella (7) lbidem, p. 160. -56-

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