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para ayudar a otros a promoverse. Pero todo implica una madurez que se hace difícil en tal ambiente. De ahí que se considere im– prescindible organizar grupos menores, círculos de relaciones in– termedias y profesionales muy fuertes. Grupos tales que al menos conviertan el ideal «yo-tú» en la aceptable «yo-usted» y no cierren a cada persona en sí misma, frente al amplísimo círculo de simple existencia lateral que definiríamos «yo-los otros» innominados (5). Esa es la gran ciudad, y esa es la interrelación que pretende, de todas formas, defender, porque en ella está la salvación de la persoria, y a la larga, de la humanidad toda, pues se está desa– rrollando a pasos agigantados una civilización urbana de signo universal que lleva consigo una revolución social copernicana. • Todo ello, •como consecuencia previsible de la revolución técnica y económica que siguió a la revolución industrial y cuyas consecuencias no~ resultan cada vez más imprevisibles. ·Condicionando ·también todo esto, se encuentran la movili– dad y aceleración _urbanas. El ajetreo, las prisas y apretones invaden toda la movilidad urbana, pues toda la ciudad se encuen– tra muy diseminada, aunque para todo tenga un buen servicio para ir, y pueda moverse rápido. Debido a las distintancias, hay, ante todo, «una gran disociación entre lugar de trabajo y de residencia, lo que convierte al hombre de ciudad en un perpetuo emigrante durante todo el día, toda la semana, todo el mes, y todo el año. Incluso durante esas diversiones y vacaciones. ¿De dónde es hoy el hombre de la ciudad? ¿De su oficina? ¿De las calles que transita cada dia necesariamente a pie o en cual– quier medio de transporte? ¿De su casa donde pasa las horas de la noche? Es fácil adivinar qué cúmulo de problemas (...) se plantean aquí. (5) Ibídem, p. 129. -54-
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