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nales, como la familia patriarcal, el clan, la tribu, la aldea, otros diferentes grupos, y las mismas relaciones de la convivencia social» ( 1). En efecto, uno de los catalizadores más significativos de este cambio social es la juventud (desatada), definida última– mente en las diferencias generacionales, que tanto agobian y di– viden a la mayor parte de las familias. Desde que se asomaron al mundo nada más nacer, y desde que abrieron los ojos por vez primera, vieron el televisor, el disco, la nevera, la radio, el transistor, el teléfono, la lavadora automática, la cocina de gas, el butano; el hombre que salta a la luna, que proyectan viajes más distantes; y todo esto, estos grandes inventos, les parece natural que todo sea asi: lo han visto desde el primer momento, han nacido con ellos, se han familiarizado con todos estos aparatos, los han asimilado y creen haber nacido en un mundo al que tenían derecho. Por eso no les choca que inventen nuevas cosas, mucho más atrevidas si cabe, y de más riesgo; es así; han cogido el tren en marcha. Por el contrario, las personas mayores que son las que han inventado todo esto, o lo han comercializado, las que lo han puesto al alcance de todos, por much9 que quieran, no han nacido con ello, y por tanto, no lo han asimilado. Hay un desa– juste clarísimo entre ellos y sus inventos, entre ellos y el mundo que viven, hechura de su ingenio; cosa que no se da en la juventud, porque han nacido con ello. Por eso, no carece de razón la afirmación de éstos cuando dicen que este mundo es más de éllos que de aquéllos, porque lo entienden mejor y por ser más suyo. Como tampoco es despreciable la amargura de los mayores (1) G. et S., N. 6. -14-

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