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de una masa, y un individualismo que la estrangulaban, y que hasta ahora era la única forma-estructural de Iglesia que tenía– mos. Las Comunidades Cristianas de Base vuelven a la Iglesia a su ser primigenio; más auténtico, más verdadero y más puro. Por definición y por fundación, la célula última de la Iglesia, lo más profundo e íntimo de sí misma, no es el individuo, sino la Comunidad. Comunidad que recibe, vive y celebra la fe en Asamblea Santa, con un dinamismo en el interior de sí misma, único; ya que cada miembro recibe y pone en común, y a dispo– sición de esa Comunidad el Carisma que recibe de Cristo, y que celebrándolo en auténtica Eklesia, sirve para enriquecimiento mutuo en el Señor Jesús; a la vez que con otro dinamismo exte– rior que la proyecta misionera a todo lo que está a su alrededor, para fecundarlo de fe, de Cristo y de Evangelio. El último substrato de la Iglesia, pues, es una célula eclesial o comunitaria, dinámica en sí misma por el carisma que cada uno de sus miembros pone y celebra en común; y dinámica al exterior por sí misma tenderá a darse, a comunicarse, y a pro– yectarse a los otros. Según esto, estas Comunidades Cristianas de Base, son las únicas capaces de cortv~rtir una masa en Comunidad, que es lo que actualmente tenemos en la Iglesia, masa, y lo que la misma Iglesia busca desde lo más profundo de sí misma, como lo único que es: comunidad. Trabajo lento y penoso, pero •hondo y eficaz, hasta estruc– turar una nueva eclesiología, como decíamos, y dar una nueva forma a esa Iglesia, única, quizá en toda su historia desde los primeros siglos. Esas Comunidades trasvasan la Iglesia de los envases de masa, a los auténticos de Comunidad, como se trasvasa un alimento cortado a otro recipiente volviéndolo a su ser primero. -136-

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