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darlos de la convivencia y del compromiso de todos los otros. Asimilar las «comunidades cristianas» a «mundos aparte» dentro de la sociedad, sería desnaturalizar la realidad y el sentido de la Iglesia, parte de la humanidad que ha reconocido a Cristo como Señor. Si los creyentes no se hubieran denominado «cristianos», si la Iglesia no se hubiera establecido como cristianidad, si no se hubiera insistido tanto por motivos polémicos y jurisdiccionales en la afirmación de que el pueblo de Dios es una «sociedad perfecta», tal vez se captaría ahora mejor que la comunidad de bautizados no es más que un fermento en medio de la masa: esta masa, que es la comunidad humana, llamada toda ella a transformarse en familia de Dios. En todo caso no se puede perder de vista que la comunidad cristiana, más que un medio vital sociológico, es un aconteci– miento de la gracia de Cristo en los hombres que se manifiesta en la confesión de la fe, en la celebración del culto y en el testimo– nio evangélico de vida. Sobre todo, como lo revela la experiencia primitiva de la Iglesia, la comunidad cristiana se manifiesta como tal en la asamblea eucarística. Fuera de esto, el estado normal de la comunidad cristiana es la dispersión en la comunidad de los hombres. No es en la comunidad cristiana donde el creyente se desarrolla en comunidad de vida, de cultura, de trabajo, de con• vivencia social. (...) Diríamos que la comunidad cristiana de base es emi– nentemente una comunidad funcional y en cuanto tal, su destino no es crear estados de vida diferentes, sino formas distintas de comunión y servicio entre los hombres que integran la gran familia de la humanidad. Merece la pena subrayar estas obser– vaciones, para que la comunidad cristiana no sea confundida con cualquier grupúsculo de tipo sociológico ambiguo. -128-

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