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«La Comunidad Eclesial, tal como hoy la conocemos en sus características más visibles, pertenece a un contexto social muy diferente del que predomina en el mundo. A un contexto de predominio rural, en el que los mismos centros urbanos mantenían gran parte de la mentalidad Campesina» dice Antonio Alonso (30). Pocas veces se habrá encarnado tanto la Iglesia como lo hizo en las parroquias de la sociedad rural. La Iglesia logró configurar la vida toda de las gentes, hasta ser el máximo, y casi único, polo de unión, la iglesia edificio, la campana (quizás nunca se reunieran todos en otros actos que no fuesen la misa del domingo, las demás funciones sagradas, procesiones...). Hasta la . torre tenía su cierto simbolismo al sobresalir sobre todos los demás edificios de la villa, como signo epicentral de unión, de vigilancia y de llamada a todos cuantos se agru– paban a su derredor. Los libros eclesiásticos, son el único registro de nombres y hechos principales que tenemos de las personas, en el lapso de tiempo de bastantes siglos. Hoy esto ha cambiado. Los feligreses de una parroquia urbana no se conocen; jamás se juntan todos en una función religiosa: primero, porque físicamente no pueden, ya que des– bordan el templo parroquial; segundo, porque psicológicamente no están dispuestos todos en el mismo momento; y tercero, porque a muchos les da de lado la religión. Ya no es aquella sociedad sacral, que si no ibas a la iglesia, te apuntaban con el dedo. La torre tampoco no tiene ninguna razón de ser, ni como (30) ALONSO, A., o. c., p. 132. -122-
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