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pretendiera conseguir más que disciplina y obediencia, no ofre– cería un cauce adecuado a las obras del Espíritu. Esto significa que en la nueva economía eclesial hay que reconocer una interde– pendencia recíproca entre autoridad y comunidad de los fieles, aunque de signo diferente (1 Cor. 12); la comunidad depende de la autoridad estructuralmente, porque es la jerarquía que organiza la «diakonía» de la Iglesia; la autoridad depende de la comunidad en orden a la vida, a la que sirve, porque la vida de comunión de los fieles es la suprema instancia a la que ha de responder todo lo que en la Iglesia es organización y ordena– miento canónico. Esta vida de comunión no es obra de ley, sino del Espíritu que anima tanto a la Autoridad como a la Comu– nidad, y la jerarquía ha de estar también sometida al Espíritu que vivifica la Iglesia (27). La autoridad es servicio a la Comunidad, no dominio de ésta, y honor de sí misma. «Los reyes de las naciones las tiranizan y sus príncipes reciben el nombre de bienhechores. No así voso– tros, sino que el mayor entre vosotros sea como el más joven; el jefe como el que sirve. En efecto, ¿quién es mayor, el que se sienta a la mesa o el que sirve?. Pues bien; yo estoy en medio de vosotros como el que sirve» (Le. 22,24). Más, teniendo en cuenta la estructura servicial de la comu– nidad cristiana, hay que subrayar que cualquier tipo de partici– pación en su dinamismo, no reviste carácter de privilegio, sino que todos son iguales. Dice el Concilio: «aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispen– sadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del (27) Cfr. Ibídem. ps. 196-197. -118-
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