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geográficamente juntos, su vida se desarrolla en cien mil lugares distintos unos de otros, y la de todos entre sí. No es comunidad, sino un conglomerado, porque según la estructura de la gran ciudad, nunca puede llegar a ser, viviendo de esa forma, comunidad. Lo afirma Casiano Floristán cuando escribe: «es evidente que la parroquia urbana, tal como hoy existe, no es ni puede ser comunidad. Su concepción territorial está desfasada, debido a la disociación de los lugares en que se mueve la actividad del hombre urbano (trabajo, residencia, diversión) y a la facilidad que posee en escoger, mediante relaciones «secundarias». los grupos a los que desea pertenecer. Se pertenece a la parroquia por razones «institucionales» (bautismo, lugar de residencia y origen) y no por razones personales (intención, práctica religiosa y parti– cipación social)». El «Vecinazgo» no es suficiente motivo para ser miembro de una comunidad, entre otras razones por la «movi– lidad» que hoy posee el hombre urbano. Si a esta característica le añadimos el «anonimato» que entraña la urbe, podremos valorar adecuadamente la importancia que hoy poseen las razones «personales». La comunidad se elige voluntariamente, no se impone; y en las parroquias urbanas sobre todo, se impone. Pero como no se conocen, no puede haber comunidad. Por eso la «Comunidad Crístiana de Base» está teniendo gran auge» (15). Las parroquias aqui son unos sistemas sociales compara– bles a los que constituyen las agencias locales de una adminis– tración y su público. No existen en ellas ningún querer ni senti– miento de participar en una acción común dirigida a fines comu- (15) FLORISTAN, C. y otros, «Comunidades de base y expresiones de la fe», Edit. Estela (Barcelona), 1970, p. 25. -108-

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