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zación en comunidad. Esta convicción no se reduce a una pura abstracción de principios, sino que se aspira a tener una expe– riencia concreta de la «comunión» intraeclesial, la que se crea precisamente en nombre del Señor Jesús y no por cualquier otro tipo de interés. De esta forma se vienen a poner en movimiento los mecanismos de encuentros y de compromiso entre los fieles en orden a formar la comunidad en la que el ideal de fraternidad y comunión tenga realmente una concreción personal» (9). Esta fe es la que le hace madurar al hombre, no aquella sociológicamente asegurada, recibida pasivamente por herencia y protegida por el Estado, La fe personal es una postura seria y responsable ante los interrogantes más acuciantes que se le plantean al hombre, y Dios quiere que se los solucione y despeje por sí mismo, o lo que es lo mismo: poniendo a tope su perso– nalidad, ya que la fe solamente la .da Dios, pero nosotros, de algún modo, la debemos merecer. Dios quiere que el hombre se desarrolle y madure . como hombre, en todo: a nivel humano y a nivel fe, si se puede hacer esta división, pues el hombre ante todo es un «unum» indivisible. Por eso le dejó en autonomía todo lo creado; el hombre debe hallar sus cauces y soluciones. Y Dios que nos dio a su Hijo, no dio al hombre primitivo ni la luz eléctrica, ni los antibióticos, ni siquiera el abecedario. Lo que significa que no es posible creer en un Dios cuya providencia anularía las energías del hombre; no se puede utilizar a Dios para garantizar nuestras seguridades intramundanas. La fe adulta en Dios no se puede sustraer de sus responsabilidades en el mundo. Un Dios a quien se interese predicar desde la evidencia de sus intervenciones en la historia de los hombres, sería un Dios totalmente infantil a (9) Ibídem. -103-

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