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vación y conservación de la fe del pueblo que pretende exonerar al bautizado de esta prueba y de esta confrontación personal con medios artificiales de protección de la fe que más bien obstacu– lizan la promoción cristiana en vez de facilitarla. Estos son obstáculos que habrá que remover para lograr una auténtica personalización de la fe, y con esto, de la conversión al Evan– gelio» (6). Contra esto aparece hoy un catolicismo consciente, autén– tico, reflexivo, manifestado sobre todo en esos grupos pequeños primarios, llamados Comunidades Cristianas de Base, nacidos de esa masa eclesial amorfa, pero llena de empuje en la base (no olvidemos que, al fin y al cabo, en su interior está Cristo, de donde hace saltar a esos cristianos conscientes que van cayendo en la cuenta del estado . soporífero que envolvía e intoxicaba su vida en esa iglesia cerrada, constantiniana y vieja, a la que un día Juan XXIII le abriera las ventanas, y que, como un coloso, comienza a desperezarse, para levantarse más nueva, más joven y más verdadera que nunca. «Los fieles de la presente generación, sigue diciendo Useros, se caracterizan por haber verificado un notable desarrollo de la conciencia de su personalidad dentro de la Iglesi,;1. Este desa– rrollo ha implicado, en primer lugar, un tránsito de una actitud pasiva a una actitud activa y de participación con relación a las «cosas de la iglesia». Son fieles que han asumido sus atribuciones y responsabilidades como miembros del pueblo de Dios. En consecuencia, no se contentan sólo con oír, sino que quieren también hablar; no se contentan sólo con «yuxtaponerse» a los otros fieles, sino que aspiran a «congregarse» conscientemente para la confesión de la fe y la vivencia de la comunión y del (6) USEROS, M., «Revisión de la Comunidad Cristiana», Gráficas Salva– dor, (Madrid) 1970. p. 217. -101-

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