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sus cambios estructurales sociales, que sin cesar se operan en su interior, y que por una ley de simbiosis, (puesto que como dire– mos más adelante, no hay dos realidades: sociedad civil y socie– dad eclesiástica, sino una, a elevar, desarrollar, y hacer fecunda: la civil, sublimada por Cristo y su Evangelio), no sólo los acusa, sino que los asimila con el mismo énfasis o profundidad que pueda darse en los ambientes más «puramente mundanos». Así y sobre todo la industrialización hizo nacer de la noche a la mañana, un mundo distinto, apoyado sobre todo en la me– canización, automación y cibernética. Las realidades terrenas adquirieron con esto cada vez más auge; descubrió el hombre lo de grande y maravilloso que hay oculto en éllas; se entusiasmó en lo que puedan dar de sí; vio en éllas una nueva dimensión antes oculta para él; e hizo explosión el gran fenómeno de la llamada secularización, o auto– nomía de lo creado. Como fruto de esa industrialización, aparecieron las grandes concentraciones urbanas; y una nueva sociedad, la urbana, cambio de la rural, con todas las ventajas e inconvenientes que lleva consigo, surgió de repente. El hombre en sus prisas, y con más gente que nunca en su alrededor, se encontró cada vez más solo; no tenía amigos ni tiempo reposado para hablar con nadie: el auge alegre pero veloz de la gran ciudad, le llevaba en volandas al ritmo vivo de su tren de vida sin poderse detener; y aquello que en un principio le pareció maravilloso, comparado con el contraste de aquella paz bucólica y más que sosegada del campo y aplastante de la que quería apearse y no podía. S.intió enfermar al ver todo lo suyo tan cerrado en su cárcel de carne, y surgió ese deseo de formar comunidades, pequeñas comunidades: recreativas, deportivas, de diversión, científicas, políticas, culturales... -8-
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