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el Orfeón, e íbamos desde Elizondo a ensayar y cantar» (A J. Martínez, en D. de N., 8-IV-67). Elizondo sirvió como palestra de entrenamiento y consolidación, y a los habitantes de la villa y del valle se dirigieron gran número de conciertos; destacan los realizados con ocasión del Congreso Eucarístico (8 y 11 de junio de 1944) y en homenaje al pintor Francisco Echenique. Todavía con el nombre de Orfeón, siente la tentación de ultrapuertos, que se consuma en Saint Etienne de Baigorry (mayo, 1944), donde el rol de autores y obras aparece muy ampliado. No es coro que haya prodigado sus actuaciones públicas, sino más bien las ha espaciado en un intento casi nunca desmentido, a juicio de la crítica, de cuidar la preparación y el contenido de sus recitales. Cuarenta miembros componían el originario Orfeón de Eli– zondo, que cambió su denominación por el de «Agrupación Coral de Elizondo» a fines del 44; y con esta dotación continúa hasta el año 50 en que los cronistas de prensa anotan (24-XI-50): «ha reducido sus huestes a casi una agrupación de cámara y ha realiza– do una selección de voces a las que hace cantar con ese estilo suave, delicado y fino en un hilo sutil de modulación» «como si el joven director hubiera, en su inquietud por depurar todavía su coro, seleccionado lo que ya era excelente»; a partir de esa fecha, 24 voces figuran en la formación habitual del coro. Homenajeando a un músico emprendió su trayectoria y, re– cordando a otros músicos, la ha jalonado a lo largo de cuarenta años: ha rendido su tributo de honor a Sarasate (1844-1908), Rossini (1792-1868), H. Eslava (1807-1878), P. Donostia (1886- 1956) y Moreno Torroba (1891-1982) de forma diversa. La cola– boración en actos culturales y benéficos ha sido móvil frecuente que ha empujado al coro por los caminos del país, con el mensaje de su música, renunciando muchas veces su credo artístico en favor de las exigencias de tiempo y lugar. 6
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