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PROLOGO ¡Queridos amigos elizondarras! ¡Querido Juanito! ¡Enhorabuena y mil gracias! Porque una vez más habéis dado en la diana. ¡Qué concierto tan bello en la parro– quia de San Nicolás el viernes, día 19. ¡Vosotros sois así! Os pasáis años sin cantar y de pronto, irrum– pís con fuerza arrolladora. Así este año de 1982. Primero, aquel inolvidable concierto de Semana Santa en la catedral. Ahora, éste de la misa de requiem del P. Donostia. Y, entre medio, la reali,Jad de un disco muy digno -también de la página del P. José Antonio– con premio incluido. Pero yo quería resaltar una cosa: vuestro sentido de la oportu– nidad; el cuidado que pones, Juanito, en el clima y el entorno. Sueles parecer muchas veces, más que un director que va a inter– pretar una obra, un sacerdote que «quiere vivir una liturgia». De– seas, desde el primer momento, que todo el mundo entre, en ese santuario de la página que se va a cantar, con sumo respeto. Eres como un «celebrante». Así sueles salir hacia el atril. No buscando el aplauso del públi– co -ayer lo cortaste-, sino observando a todos, invitando, casi exigiendo, que todo el mundo se ponga en trance. Tu mirada es mucho más que la advertencia de una sala de grabación: «¡Silen– cio! ¡Se graba!». Tú pareces decir: «De rodillas: ¡Se celebra!» So– bre todo, cuando se trata de textos sagrados, en latín. Son, para ti, como lugares sagrados ante los que hay que descalzarse las sanda– lias, como «Sancta Sanctorum». Gracias, Juanito; gracias, amigos; tengo para mí que también el P. Donosti se asomó por entre las arquerías de la bóveda, a donde tú dirigías al final tu mirada y tus aplausos. M. A/vira 3
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