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para cuya enseñanza él mismo había compuest.o, con arduo trabajo las gramáticas y vocabularios. Igualmente, y en el mismo siglo XVII, también en el Colegio Universitario de Santa Fe, tuvo cátedra de len– guas indígenas el Padre Francisco Baraiz, donde enseñó por muchos años a futuros misioneros lo que él había aprendido con gran per– fección. Son éstas unas pocas citas, como ejemplo, de las realizaciones tan elocuentes por parte apenas de un grupo particular de misioneros. Lo mismo cabría referir de todos los demás. Valga mencionar, entre mu– chos, también aquí en Venezuela, el nombre respetable de fray Marías Ruiz Blanco, franciscano que en las obras que publicó demuestra su dominio de la lengua cumanagota. Señores: Solamente el agrado que nos causa tema tan importan– te acerca de nuestras raíces culturales y lingüísticas, tan diestramente tratado en su aspecto histórico por el recipiendario, pudo impulsarnos a poner también algo de nuestra parte, en obsequio y como muestra de aprecio por el erudito discurso con que se nos acaba de deleitar. En todo caso, valgan estas líneas de sincera excusa de quien siempre tendría mucho que aprender frente a la pericia alcanzada por nuestro nuevo colega de Academia, en un ramo del saber que ha sido por años, y sigue siendo, parte muy entrañable de su propia vida como indio franciscano, misionero y humanista. Padre Cesáreo: en nombre de nuestra Academia me complace cumplir este honroso encargo de daros la bienvenida y de invitaros a tomar merecida posesión de la plaza de Individuo de Número, para la que habéis sido elegido, y donde sin duda continuaréis prestando vuestros valiosos conocimientos a la institución, que desde este momen– to os recibe y acoge con fraternal respeto y complaciencia, como a muy digno colega. Señores. -88-

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