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y aún los llevo siempre conmigo. Aunque salí de entre ellos el año 1918 y nunca más volví a vivir allá, aún recuerdo aquellos lugares (La Milla, Huerga, Quiñones, Turcia, Palazuelo, Gavilanes, Quintanilla ... ) , las calles y los "caleos" o callejones, los caminos (Raneros, Barrial, For– tacán, Alisones, Cuesta La Tea, Valdegiles, Valdegerío, Pezuelo, Casa-1 Ti Diego, Casa-1 Ti Blas, El Vago ... ); sé qué dicen las campanas en sus dobles y repiques; recuerdo palabras, dichos y cuentos y no he olvi– dado que, por estar en la raya de León y Astorga, éramos motejados unas veces de cazurros y otras de maragatos. No había en nuestras casas de tapias escudos nobiliarios, pero nos gloriábamos de ser viejos cris– tianos por la gracia de Dios; y en la escuela primaria, después del Sila– bario, el Catón, el Astete y la Historia Sagrada, aprendimos que nuestro pueblo era un lugar de la provincia y antiguo reino de León, del par– tido judicial de Astorga y de la diócesis de Oviedo en Asturias; que aquel antiguo reino se extendió durante la reconquista a las provincias de Zamora, Palencia, Valladolid, Salamanca y parte de la alta Extre– madura; y con el canturreo propio de la enseñanza primaria se nos grabó en la memoria y en los oídos aquello de "Antes que en Castilla se dictaran leyes, ya había en León Cortes y Reyes" y aquello otro de "Por Castilla y por León Nuevo Mundo halló Colón." En cuanto a la Orden Franciscano-Capuchina, mi segunda madre, me acogió niño aún y durante 14 años me preparó en las letras huma– nas y divinas en sus Colegios de El Pardo (Madrid), Montehano (San– tander) y León y me envió a las Misiones de Venezuela, todavía no cumplidos los 25 años. Arribé a las playas de La Guaira el 7 de enero de 1933 y en mayo del mismo año ya estaba en la altiplanicie de la Gran Sabana, entre las sierras de Lema y Pakaraima, entre las misiones de San Francisco de Luepá y Santa Elena del Uairén. La Iglesia de Venezuela y los sucesivos Gobiernos Civiles me aceptaron como misionero en el Caroní, en el Delta-Amacuro y en Guajira-Perijá. Los pueblos indígenas de aquellas regiones y los limí– trofes del Brasil, de Guyana y de Colombia me acogieron con llaneza campesina y me enseñaron todo cuanto les pregunté. Digo ahora, aquí, lo que escribí muchas veces: que yo aprendí de ellos mucho más que ellos aprendieron de mí. Por mi larga convivencia con ellos me gané el para mí muy querido sobrenombre de "Padre Indio" y en una de sus lenguas y por ra2:ón de mis muchos viajes a pie, el de "Emasensén Tuarí", que en nuestro romance significa "El Pobre Corre-Caminos". -7-
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