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absorbiendo también algún tanto lo autóctono de la diversa habla ame– ricana, es mucho de apreciar -sin embargo- y de aplaudir la efi– caz labor salvadora y sistemática que tan sabiamente se real~zó -tam– bién bajo debido mandato- para la salvación de aquellas mismas len– guas indígenas, con una innegable tendencia e intención culturales, cosa que vino a ser lo mismo que en nuestros días, con medios y pro– cedimientos más técnicos no sólo logra fines prácticos de orden lin– güístico, sino va más allá, hacia el rescate del tesoro de toda una li– teratura oral que se conserva palpitante entre los escasos grupos que aún subsisten de la primitiva población nativa. La disertación de fray Césareo nos relata documentalmente algo de lo que al correr de los años se acordó y legisló al respecto para el conocimiento práctico y experimental que debían de adquirir de las len– guas de los nativos cuantos viniesen a ejercitar labor misionera; y, así mismo, se señala el hecho paralelo -como no podía menos de ocu– rrir- de la paulatina introducción del castellano entre aquellos nativos que asimilaban una vida nueva. Se nos dice, pues, qué se fue man– dando en uno y otro sentido, y los cambios y alternativas que hubieron de ocurrir en aquel largo camino de la nueva culturación. Esas pági– nas vienen a ser como una especie de tratado histórico y también como de teoría de lo que se fue mandando cumplir y de hecho se cumplía. Pero, sin duda, queda todavía otro no menos interesante y va– lioso aspecto del caso que nos concierne, a saber: cuál y cómo fue en la práctica la realización de las mencionadas normas o mandatos para el conocimiento y uso de ese másximo instrumento en todo cruce de culturas: el lenguaje. No creemos extemporáneo apuntar aquí algunos ejemplos de cómo se llevaba a la práctica lo mandado en las disposiciones reales. De entre la bibliografía que conozco un pqco mejor, creo tal vez oportunas unas pocas referencias, tomadas hace ya tiempo, pero que conservan siempre ejemplar actualidad. En 1628, a los comienzos de la misión de los jesuítas desde la Nueva Granada para el Casanare y Orinoco, dice el diligente cronista Rivera: "No había ni una palabra escrita sobre el idioma de estos indios, con que su primer cuidado (de los misioneros] fue la aplica– ción a estas lenguas, formando vocabularios, y componiendo directo- -85-

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