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la nueva cultura de esa habla castellana, así en lo menos grato, que era la conquista, como en lo benéfico de la fe cristiana, quedaban en cierta manera, y aun obligación, equiparados en el aprendizaje de las lenguas y dialectos indígenas, a aquellos mismos habitantes nativos que a su vez irían aprendiendo la lengua de misioneros, encomenderos y conquistadores. Cierto que muy otro era el interés de aprender las extrañas len– guas de acá por quienes representaban el orden civil y de la con– quista, que por quienes representaban la predicación del Evangelio y la formación de cristiandades, con toda la dosis de paciencia y humil– dad, de bondad y de constancia que tal apostolado requería. El Padre Armellada ha señalado, con buen método de quien sabe lo que trae entre manos, cómo el desarrollo entre indios y españo– les, del aprendizaje casi recíproco de una y otras lenguas, no fue tanto cuestión de cronología, cuanto de circunstancias peculiares que se fue– ron dando al correr de cinco siglos, incluido el presente hasta nues– tros días, dado el remanente de nativos que aún pueblan zonas im– portantes de nuestro país. Dígase lo que se diga, o háganse los juicios que se quisiere, siem– pre será digno de la mayor admiración el hecho de todo un vastísi– mo continente como el nuestro, que en lapso relativamente breve al– canzó la transformación lingüística, con la que vino a unificarse lo que antes era un inmenso y disforme hervidero humano de cientos de lenguas y dialectos dentro de una natural y enrevesada dispersión. Nunca en la historia del mundo, antes ni después -ni aun su– puesta la obra del Imperio Romano- se ha dado un caso semejante de cambio tan radical de un inveterado mundo polilingüístico en una unidad nueva, perfecta y absoluta como la que tuvo lugar en este Nuevo Mundo americano con la implantación del castellano, a través -en cierto modo- de las propias lenguas indígenas. El Padre Armellada nos presenta un trabajo histórico que es como el proceso legal, civil y religioso, por el cual pudo lograrse semejante transformación unificadora y cultural, acorde con los tiempos que le tocaron y con los procedimientos que entonces se consideraban los más convenientes. Si es cierto que aquellas normas impositivas del uso de una nueva y única lengua, acabarían liquidando en buena parte, pero -84-

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