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dalias en la brava pero celosa labor de penetrar y encarnarse entre los nativos de aquella o la otra región, hasta haberles llegado al estupen– do acto de pulsarles el propio espíritu, mediante el aprendizaje y cabal comprensión de la propia lengua indígena! Y, cuántas veces, también, ese regresar aquí, al convento caraqueño o a otro, no era por solaz ni por cansancio, sino para dedicarse a la sabia tarea de poner en orden datos y apuntes referentes a aquella aprendida lengua autóctona, y re– dactar textos gramaticales, vocabularios, y también catecismos y otros escritos que facilitaran luego la labor misionera y cultural de futuros operarios evangélicos. Más de una vez fueron aquellas celdas, entre estas mismas paredes que aún hoy nos cobijan, verdaderos laborato– rios de lingüística, de esfuerzos filológicos, donde sin nadie sospechar– lo se diría que estaba como el prenuncio de los trabajos que futuros académicos de la lengua realizarían, siglos más tarde, en este mismo lugar. Hermano de la misma sangre franciscana, como también de los mismos ideales de los fundadores y antiguos moradores de esta casa hoy académica, en este discreto cuanto docto capuchino que, en lapso de muy pocos años más, va a cumplir medio siglo de completa y de– finitiva entrega y dedicación de su persona, con todos sus haberes -que si en lo material son nulos, en cambio en lo intelectual y espi– ritual son envidiables-, para el amor y servicio de nuestros hermanos de las zonas de misión, hasta querer hacerse pasar, en castellano y en lengua indígena, con el nombre de Padre Indio, nombre que no le es nada postizo ni de pretensión a quien como él habla con la mayor fluidez -como se la he oído yo- esa lengua que un día aprendió con tanto cariño entre sus amados feligreses de la Gran Sabana. Tan acertado como los largos años que pasó fray Cesáreo en zonas guaya– nesas de dura misión, ha sido el destino que en años posteriores, has– ta el presente, lo ha retenido aquí en la capital; donde sin pretender– lo, y sólo en virtud de su propio valer y sapiencia, no ha podido me– nos de brillar su luz, para beneficio de la cultura general y particu– lar aprecio de la indígena. Si entre sus actuales tareas, la no menos importante -y con ra– zón- ha debido ser la conducción de la revista "Venezuela Misionera" (con cuarenta años de ininterrumpida existencia), tan rica siempre como fuente casi única impresa para el conocimiento directo de los aspec– tos culturales de nuestras zonas misioneras, tanto guayanesas, como -82-
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