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despertar dentro y fuera del país por estas lenguas y su literatura como afluentes de la cultura nacional. Por este motivo, al pensar sobre el posible tema para mi discurso de incorporación, inmediatamente se me presentó como obligatorio e ineludible disertar sobre las relaciones de las Lenguas Indígenas Vene– zolanas y el Castellano y su mutuo enriquecimiento durante los casi 500 años que llevan de contacto. Es evidente que las lenguas (en nuestro caso, las aborígenes y el advenedizo castellano) tienen un valor primordial en sí mismas, por ser el máximo instrumento intelectual de los grupos humanos que las usan, el más completo inventario de su cultura y la mejor imagen de su vida material y espiritual. Todo lo que un pueblo sabe o ignora está reflejado en la existencia o carencia de las respectivas palabras. Además, en la lengua tienen todos los pueblos el mejor y el más eco– nómico instrumento de comunicación para dar y recibir ideas en el camino del desarrollo y del progreso: primero, oral y auditivamente; y luego, mediante los artificios de fijación de las palabras volanderas y los medios cada vez más ingeniosos y perfectos para enviarlas a través de los tiempos y de los espacios. Pero también es evidente que no sería este el lugar ni esta la oca– sión más oportuna para hablar de las lenguas indígenas venezolanas en ese su aspecto primordial y fundamental, sino en aquel otro, antes enun– ciado, de influyentes en el castellano y de influenciadas por él. Pero antes de entrar en materia, permítanme cumplir con los deberes, que la gratitud me impone: con la tierra natal, la Orden Franciscano– Capuchina, la Iglesia Jerárquica y los Gobiernos de Venezuela, los Pueblos Indígenas Venezolanos y, finalmente, los Miembros de esta Academia Venezolana de la Lengua. Armellada es un pueblín de la ribera del Orbigo, río que corre entre el Páramo y la Cepeda, que lleva las aguas del Luna y del Omaña al famoso Duero y que aún arrastra en su nombie y en sus arenas algo del oro que de allí sacaron los romanos. Aquel pueblo, poco más que una aldea, es mi patria chica, la tierra de mis padres, hermanos y demás familiares y vecinos; con ellos aprendí el castellano con algunos resabios del antiguo leonés. Ellos allá se quedaron, pero aún perduran en mi memoria y en mi corazón como el círculo más íntimo de mi ser y, mediante la lengua, que viene a ser un hogar portátil, los he llevado -6-
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