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Y en esto tenían su parte de razón, pero no advertían que una cosa no se oponía a la otra; los muchachos ciertamente eran maestros para no– sotros, pero nosotros les enseñábamos lo que ellos no sabían: escribir, leer y analizar gramaticalmente sus lenguas maternas, cuyas creacio– nes literarias también les hacíamos apreciar. Permítanme manifestar aquí que repetidas veces hemos ofrecido a las autoridades del Ministerio de Educación -nuestras experiencias para la revalorización de las Lenguas Indígenas Venezolanas entre los pue– blos que las hablan y en todos los niveles y no únicamente en la alfa– betización. Tras ésta, hay que subir al léxico, a la gramática y a la lite– ratura; y esta última tiene también sus géneros muy variados y muy distintos. Los indios de hoy, tanto y más que los de ayer y con muchas más facilidades, desean aprender el castellano y mediante él meterse en la corriente cultural, que viene de edades muy antiguas y de países muy remotos: Asia Menor, Grecia, el Lacio, España. Como ejemplo signifi– cativo válganos citar lo que el 15 de junio de 1579 escribieron Rodrigo de Argüelles y Gaspar de Párraga, respondiendo a las preguntas de Felipe II y lo que recientemente escribió en el prólogo de su Diccio– nario Guajiro Miguel Angel Jusayú. Dijeron aquellos alcaldes a la pre– gunta 5::t: "Es gente delicada de entendimiento, inclinados a su liber– tad, amigos de hablar la lengua española y précianse de andar vesti– dos." (A. Nac. de la Hist., vol. 70, pág. 205). Y dijo M. A. Jusayú: "Y o no podía ser ninguna excepción a este deseo o curiosidad general entre los guajiros. En cierta ocasión, cuando yo era niño, oía a un vecino que hablaba castellano y tomaba ishirruna, y cuando se fue, yo me puse a remedado con sonidos y ruidos y le decía a mi mamá y a mi abuela que yo hablaba alijunaiki, es decir, la lengua de los extranjeros, los únicos por nosotros conocidos." Viajando por las zonas indígenas puede observarse cuánto gustan de ponerles nombres castellanos a sus poblados, cosa que más bien nosotros la impugnamos; y a la vista está cómo hemos procurado con– servar la toponimia nativa y averiguar su significado. ¿Pero no tene– mos del lado de acá el mismo fenómeno recíproco en los nombres de personas, de hoteles, de negocios? Al fin, fenómeno universal, descrito por aquel poeta, que cantó: "Flérida, para mí dulce y sabrosa más que la fruta del cercado ajeno." * * * -48-
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