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no saben escribir, un anciano que muere sin que su sabiduría haya sido recogida (grabada o escrita), es una biblioteca que desaparece." Informar de cómo va el Castellano entre los pueblos aborígenes venezolanos, no sería mayormente necesario y hasta podría parecer una redundancia; pues está muy claro que todos los que allá vamos tenemos la obligación de proveerlos de este instrumento de comunicación, cuya carencia produce en ellos la mayor marginalidad y cuya adquisición, por lo contrario, los libra de ese aislamiento y los dota del máximo instrumento de relación con los otros grupos indígenas, con las mayo– rías nacionales y con otros países del mundo. El castellano les abre las puertas y las ventanas a tantos y (antas informes, comentarios y estímu– los de orden afectivo e intelectual, que nos vienen por los medios de comunicación masiva. Ahora ya no son sólo los impresos en el papel; son también los impresos en el celuloide y los que nos llegan por la televisión y la radio. El año pasado nomás, tiritando de frío al pie del Roraima, antes que el fogón para calentar el café y el caldo picante del kumachí, prendieron los indios su transistor y recibíamos los salu– dos mañaneros de Caracas, de Colombia, de Brasil y de Bonaire. Tenemos la alegría de decir que la Gran Sabana, incorporada efec– tivamente a Venezuela desde el año 1931, tiene uno de los índices más altos de ciudadanos que saben escribir y leer; y para aquella fecha se contaban con los dedos de las manos los indios que sabían algo de castellano por haberse criado desde niños en El Dorado, en La Paragua o en Ciudad Bolívar. Allí le dimos un buen "parón" al inglés y al por– tugués, que estaban invadiendo pacíficamente aquel vacío, sin que nadie se les opusiera. Un etnólogo alemán, que visitó a los indios waikas del Territorio Amazonas y volvió a verlos 20 años después, calculó que dentro de otros 20 años más, apenas habrá un indio waika que no sepa hablar la lengua mayoritaria nacional, es decir, el castellano. Y conste que esta tribu fue una de las últimas en establecer contacto con la na– ción oficial a través de las Misiones, en aquella zona confiada a los hijos e hijas de San Juan Bosco. No estará fuera de sitio recordar las tantas veces que algunos in– dios, al visitar a sus hijos en las escuelas de las Misiones y observar que en la escritura y lectura les poníamos ejercicios en sus lenguas, nos reclamaban diciendo que ellos los habían traido para que aprendieran el español, porque el guarao, el pemón, etc., ellos se los sabían muy bien. -47-

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