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autoridades educativas en el bilingüismo y el biculturalismo en todas las áreas de la enseñanza. No sería necesario decirlo; pero quizás sí sea conveniente recordar que la ley, en virtud de la cual se restauraron las antiguas Misiones con los antiguos misioneros y algunos nuevos (y la mayor novedad es la presencia de Hermanas Misioneras y Misioneros Seglares) , no es aque– lla de 1824, sino otra de 1915 y su reglamento de 1921. En estos textos legales las lenguas indígenas sólo aparecen nombradas como asunto de estudio científico (art. 1O), mientras que el castellano apa– rece como obligatorio (art. 13). Pero en el Convenio Misional del año 1956 se logró dar un paso hacia adelante, aunque muy corto. Efectivamente; en la cláusula 10~ se dice: "El idioma oficial, que los •misioneros están obligados a utilizar y enseñar y los indígenas a apren– der y emplear, será el castellano; sin embargo, los misioneros cuidarán de la supervivencia de la lengua indígena, por ser ella parte inte– grante del patrimonio cultural de la Nación". Yo debo testificar que los misioneros antes y después de esta cláusula hemos ido mucho más allá de lo que en ella se dice: hemos conseguido hasta cierto grado que los indios no se avergüencen de hablar sus lenguas, que vean que pueden ser escritas con los mismos signos o letras (dentro de peque– ñas variantes) que el castellano, que aprecien todo lo que recibieron de sus mayores por la vía oral-auditiva y que ahora procuren recogerlo por medio del artificio de las grabaciones y la escritura, que les dará mayor permanencia y transmisión en el tiempo y en el espacio. Hasta hace pocos años era más o menos cierta y justa aquella afirmación, similar a la de Humboldt respecto a los antiguos: Que "sólo los misioneros de ayer y hoy han evitado la extinción total de los antiguos poseedores de esta tierra y la cultura en •nuestro territorio. Gramáticas para conocer sus lenguas, cuentos, leyendas, mitos e incluso poesías de waikas, makiritares y piaroas, conocemos a grandes rasgos, gracias a estos hombres sacrificados, verdaderos apóstoles de la cul– tura, quienes no esperan recompensa". (Osear Rojas Jiménez, en El Universal). Ahora, felizmente, esto ya no es cierto, pues otros muchos no misioneros, y hasta algunos indios están haciendo esos trabajos literarios. Pero sí es cierto que nosotros fuimos los primeros, los que dimos ejemplo y los que abrimos el camino en esa selva, unas veces enmarañada y otras muy peligrosa. En este campo pienso que es válido el dicho de que "el que da primero da dos veces". Hemos abierto los -44-
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